martes, 24 de noviembre de 2009

Vademécum


Anacrónicas voces llegan desde el más allá y me aconsejan asincrónicamente, arrogantes y erguidas sobre la borrosa línea que separa el sueño de la vigilia. Mi alma bosteza queriéndose hundir en un sueño perpetuo, ya cansada de ser víctima de la burla que le hacen las verdades tristes que vienen a jugarla de amigas cuando ya todo se perdió. Abro los puños y cierro el corazón para que no se escape de él el amor, pero tras el amor se ha colado el dolor.
Cierro los ojos para buscar en mis retinas gastadas de llanto, una imagen o una palabra tácita o explícita que sean una respuesta total y definitiva, para aferrarme a ella y resurgir de mi pesadilla. Pero sólo llueven palabras confusas. Palabras que también son imágenes y juegan con mi cordura, mezclándose, haciéndose ininteligibles. Agregando confusión a la hoguera donde arden mi coherencia y mi claridad mental que junto a mi Yo se queman y se borran aniquilando el Ser.
Palabras que son voces que llegan tarde. Ecos de verdades que perdieron la oportunidad de llegar a ser comprendidas y llegan a mí a destiempo. Entonces cierro los puños y abro el corazón para ayudar al dolor a escapar. Pero tras él se escapa la esperanza, y siento que me muero asincrónicamente…
Platonismos que no tienen la suficiente entidad como para ser siquiera llamados sueños. Gigantescas colecciones de tomos repletos de teorías, que se mueren en un índice apócrifo y mal escrito en mi imaginación. Bibliotecas de Babel que no son nunca visitadas por pensadores ávidos de sabiduría. Caminos inconclusos, tierras vírgenes jamás transitadas por hombre alguno, y una vida entera a estrenar. Mapa de mi mente.
Anecdotarios repletos de cosas que cuando me hacen bien me llenan de alegría, pero que son las mismas que cuando me hacen mal me perforan el corazón y derraman su veneno de dolor por toda mi alma y mi cuerpo, avasallando a un espíritu por demás debilitado. Recuerdos que invaden y atormentan mi mente, representando a otro lugar común y cursi más, del tipo común y cursi que soy, al que se le acabaron las palabras. Efemérides de mi alma.
Inspiraciones que se esfuman antes de llegar a ser verbo. Palabras que pierden su sentido al pronunciarlas. Reflexiones enredadas usadas para expresar sentimientos que se definen por sí solos, y la duda plantada en el centro de cuestiones que necesitan ser explicadas urgentemente.
Finalmente, el jactancioso predominio de la Razón cede el paso al absurdo, y en los más irrazonados rincones de mi ser, descubro que residen las respuestas que mi mente no supo antes encontrar. El tiempo consumido, mal y sistemáticamente insumido en intentar comprenderlo todo, en rotular cada pequeñez de la existencia hasta la histeria compulsiva, reviste una evidente inutilidad ahora que lo veo todo tan claro.
El corazón es tan sencillo que no necesita gritar sus verdades, pero su sutil voz se pierde en los laberínticos senderos de una mente que me aturde gritando sus mentiras (y que me suenan a verdad). Pero eso es, quizás, sólo otra forma de locura…
Decido regresar a lo simple, porque desde la llanura de lo sencillo se divisa con mayor claridad el panorama de lo complejo. Desde el llano es desde donde se contempla mejor la fisonomía de la altura. Desde el fondo del abismo es que nos damos cuenta que hemos caído en él, y de que es necesario escalar para salvarnos. Paisaje de mi Ser.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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viernes, 13 de noviembre de 2009

Soñé



Soñé que te encontraba vivo

y me explicabas que habías huido

para salvarte de un peligro,

o de supuestos enemigos.

Te pregunté cómo habías hecho

para abandonar así a tus hijos.

Me dijiste: “los preferí lejos

pero sabiéndolos protegidos.”

Nos abrazamos llorando, satisfechos,

y en el abrazo el tiempo perdido

se esfumó entre nuestros pechos,

como si nunca te hubieras ido.

Te soñé vivo, y al despertarme,

supe que algo había entendido:

que tus latidos los llevo en la sangre

y que en tus tres hijos aun estás vivo.

Van dieciocho años de este sueño

que sueño siempre, desde que era un niño.

Dieciocho años van, y este texto

es el primer poema que te escribo.

Pero aunque hayan pasado los años,

quise contar mi sueño por escrito

para decir que todavía te extraño,

mi añorado y gigante, viejo querido.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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jueves, 12 de noviembre de 2009

He descubierto



He descubierto que a veces las buenas ideas se asemejan a las moscas: cuando las tenés a punto se te escapan, y cuando lográs retenerlas es porque ya están muertas.

Esta hoja seguiría en blanco si no fuera porque el irrefrenable impulso de necesitar escribir algo, no sé qué cosa, pero algo para intentar aquietar esta intensa sensación de vacío que me desborda, me ha puesto ahora frente a la computadora con el fin de matar el tiempo por un rato (aunque si al tiempo no empleado útilmente se lo llama tiempo muerto, la expresión matar el tiempo debiera ser suplida por una expresión más lógica, algo así como darle vida o revivir al tiempo).

Un incesante tictac -anacrónico para la actual Era de lo digital- marca el ritmo de mi escritura, y aunque si bien no hay relojes cerca, el tiempo corre igualmente y lo que escucho es su transcurso marcado por mi pulso. El tiempo es la ficción más aberrante creada por el Hombre, y a su vez su más real conciencia de comprender que todo muere algún día.

Inevitablemente no logro escribir nada que me agrade. Evidentemente no estoy inspirado y hoy no soy una buena versión de mí mismo. A menudo me descubro lejos de mi propia versión ideal y me consumo, como esta hoja, en un mero ensayo.

Como la mosca que no llega a escaparse, estas palabras que aquí escribí no levantarán vuelo jamás y no son más que letra muerta, aplastadas por la mano gigantesca de la desinspiración. Pero tal vez, con suerte, logren llegar a ser, al menos, inspiradoras para alguien.





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jueves, 5 de noviembre de 2009

Otras vidas

Crear ficciones es la más habitual de mis realidades. Vías de escape, dirían algunos. Huir de las fastidiosas realidades propias llevando la mente hacia ilusiones absurdas de hipotéticas vidas alternativas repletas de emociones, para escaparme de mis emociones reales, por más inútil o absurdo que pueda parecer. Metafísico. Tonto.
Como quien acomoda la mercadería de un comercio por rubros, ir creando paradigmas y categorías ideales en la mente para subsumir mis emociones en ellas, para definirme y ubicarme en alguna de ellas, y llegar a la conclusión de que a quien hace eso no le cabe más categoría que la de soñador.
Mi género: hombre; mi especie: tonto; mi subespecie: soñador. Hombre tonto y soñador. Procedimiento absurdo e inútil. Una pérdida de tiempo. Toda categoría posee esencialmente los caracteres de provisoria e incompleta: siempre queda al menos una excepción por fuera de ella, y con el tiempo se vuelve indefectiblemente obsoleta y arcaica. Irrefutable paradigma. Fugaz hermenéutica. Exégesis de un objeto en que el sujeto se halla comprendido. Ciencia blanda. Hombre tonto, soñador y blando: proyecta, sueña, nombra y califica, pero no actúa. Fugaz existencia.
Crear ficciones es la más habitual de mis realidades. Ficciones categorizadas de lo categóricamente ficto. Vías de escape, les dicen muchos. Un hombre tonto, soñador y blando perdiendo su tiempo, digo yo. Tenaz insistencia. Y tonta sinceridad.
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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viernes, 30 de octubre de 2009

Algunas líneas


Decirse a uno mismo “debo seguir adelante”, y continuar avanzando…girar en círculos, o simplemente estancarse en un punto sin tener jamás la certeza de si nos pasamos de largo o si dejamos atrás lo que de veras importaba. Con la moral de doble mano, el espejo retrovisor del corazón empañado y toneladas de futuro encandilándonos de frente.
Lo que nos toca en suerte son este triste paisaje y este camino recto de líneas sin dimensiones que caen cerca nuestro sin tocarnos jamás, sin afectarnos, sin percatarnos de que ellas existen, o sin que ello llegara a importarnos en algún modo.
Nos toca en suerte pero no nos toca. Viajamos en contradicción porque es su falta de puntería certera lo que nos afecta. Nos afecta que no nos afecte, nos importa que no nos importe, y estamos ahí expectantes, anhelando un resultado que rompa el espacio que nos envuelve. Que caiga sobre nuestro camino algo que sacuda su monotonía y la propague en millones de policrómaticos trazos que dibujen para nosotros otra realidad, quizás más bella.
Y en cada descanso del viaje nos toca esperar. Esperar que nos toque la suerte algún día de encontrar la línea contundente que trace el camino hacia un nuevo despertar que logre descartar nuestros sueños obsoletos. Pero las líneas que caen no suelen tocarnos ni nos afectan, y nos afecta saber que nada importa...Y seguimos esperando.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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lunes, 26 de octubre de 2009

Refranero II


No logramos encontrarnos ni siquiera buscándonos. Soñar nos costó caro, y los sueños terminaron siendo pesadillas. Fuimos ricos pero pocos, y nuestra billetera se suicidó ante el más feo el día que la nieta se quedó estéril. El oro se oxidó junto al plomo reluciente. Dejamos correr el agua que no bebimos, y bebimos del agua que juramos no beber. Escupimos al piso y nos manchamos los zapatos. Fuimos huérfanos y nos mordió un perro sin cuerdas vocales. Le disparamos a un pájaro con ametralladora pero le atinamos al nido. Cerramos la boca después de tragarnos las moscas. No hicimos nada pero pagamos por ello. En la inmensa ciudad vivimos nuestro pequeño infierno y el corazón se nos hizo diminuto en un tres ambientes. El capitán consiguió mujer en un puerto, y abandonó la nave, delegándole su mando a un inepto marinero. Nadamos a favor de la corriente y morimos con anzuelos clavados en la aleta. Medimos cada cosa con varas diferentes y fuimos profetas en nuestra propia tierra, justo cuando la nobleza incumplió el contrato y se las tomó con la plata. Compramos leche fortificada sin derramar ni una sola lágrima y fuimos giles afanosamente. Nos fuimos por la tangente y nos perdimos en la bisectriz. Nos quedamos con la música en casa y bailé con la más hermosa, pero la fiera aturdida se exaltó y nos quitó lo bailado. Fuimos despacio y llegamos hasta ahí nomás. Fuimos súbditos ciegos en el país de los linces. Un chancho chiflaba Vivaldi ante el asombro de un sapo del mismo pozo que, absorto, pestañeaba el mismo día que la araña sufrió trastorno de múltiples personalidades y se puso a perseguir mariposas que no pensaban en otra cosa. Con la dentadura intacta y la panza contenta, Dios nos dio pan de ayer y nos vació el corazón. Estuvimos mal estando solos, pero peor acompañados. No logramos ni con maña lo que fuerzas requería. Nos reímos primeros y desafinados ante el degollado, y morimos atragantados por la risa. Dejamos para nunca lo que no pudimos hacer jamás… ¿quién nos ha visto, si ya nadie nos ve?
Nos sentimos como Pedro en casa ajena, y nos ahogamos en una taza vacía. Taza, taza: cada cual para su casa.




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jueves, 15 de octubre de 2009

Podría



Podría decirte que vivir sin ti no puedo,
que si aquí no estás no es nada mi vida.
Pero ambos sabemos que eso es mentira,
que sigo adelante y que aun no me muero.
Podría prometerte un pedazo de cielo,
o jurar que por ti bajaría la luna.
Pero sabes que me aterran las alturas
y que a volar le tengo miedo.
Podría escribirte, buscarte, llamarte algún día.
Intentar convencerte que intentemos de nuevo.
Llorar locamente, suplicar de rodillas,
besarte en los labios y arrepentirme luego.
Podría jurar que te amaré por mil años,
que si hiciera falta te daría mi vida,
porque amores así jamás se olvidan,
o que no volvería a hacerte daño.
Pero no haré nada, porque sólo quería
que sepas, hermosa, que a veces te extraño…


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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sábado, 10 de octubre de 2009

Refranero (sujeto a correcciones y ampliaciones)


Me diste un buen puerto lleno de leña, y yo en esa época usaba estufa a gas y no tenía parrilla. Fuiste mil veces a la fuente con un cántaro de Tupper, mientras que yo lloraba ante la leche aun no derramada. Me dijiste que andabas conmigo, pero yo mismo no sabía ni quién era. Dijiste pocas palabras pero siempre fui mal entendedor. Cambiamos ojo por pierna, y dos cuerpos enteros por un corazón destrozado. Nos vencimos en la segunda sin llegar a la tercera, y tuvimos dos sin tres, pero casi dos y media. Escuché con oídos necios tus mudos silencios, pero no tuve la sabiduría de ser a veces sordo. Nos levantábamos tarde cuando amanecía muy temprano, y Dios nos madrugó cuando intentamos ayudarnos. Vimos con el corazón y no sentimos con los ojos. Un pájaro se fue volando solo cuando se nos murieron los cien que quisimos retener en nuestras manos. Quisimos celeste y nos costó un presente negro y la carencia de miles de noches blancas. Fuimos pingos en la cancha enceguecidos por las anteojeras. Nos dormimos como niños y amanecimos empapados. Fuimos bueyes solitarios con ampollas en la lengua, y el día en que más pensamos el mono se vistió de seda, se convirtió gratuitamente en bailarín y se puso a hacer bonsáis con su navaja. El tigre se acomplejó porque la vejez le impuso una mancha más. Apretamos poco y abarcamos mucho, fajados sobre las costillas. Llenamos el camino al Cielo de malas intenciones y supimos más por diablos que por viejos. Pusimos mala cara al buen tiempo, pero nos llovió siempre que paró. Hicimos el mal sin mirar a quién. Hiciste siempre lo que yo hacía pero no lo que te decía. Y aunque bajo el sol todo era nuevo, reímos últimos y peor que nadie, y eso que alguna vez habíamos sido los primeros. El tiempo no pudo decirnos nada y confundimos la enfermedad con la cura. Colocamos diéresis en cada consonante y le amputamos las piernas a la verdad. No le miramos los dientes al caballo que pagamos caro, y Dios le dio migajas al pingo desdentado. Averiguamos mucho más que Dios y no nos perdonamos… Sólo los males nos vinieron bien.
Después de todo (o antes que nada), si dicen que peor es nada, es porque mejor es todo, y todo es mejor ahora. Aunque mi casa sea de palo y mi cuchillo de herrero y me sienta como un zapatero con los guantes rotos.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti










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domingo, 4 de octubre de 2009

Si algún día puedo

Volá otro poco más que yo más adelante si puedo te alcanzo y bajamos juntos a la tierra. Pero a la tierra y no al infierno que hemos habitado. No seas como el Ícaro que se muera con el sol radiante de mi rabia. No derritas tus alas de amor y cera en la hoguera de mis iras. No intentes comprenderme aunque yo te lo exija, si yo sólo entendí siempre que te amo cuando sos lo que espero, pero me odio cuando no sos lo que quiero. Y si te extraño cuando siento que me muero, alejate más todavía, porque permanecer a mi lado sólo te corta las alas, la respiración, y te deja sin vida. Si te opaco, pero no por mi brillo, sino porque mi mente oscura calcina con su llama autoritaria, entonce volá, volá bien lejos de mí, que si algún día puedo te alcanzo y bajamos juntos a la tierra de nuevo. Lejos de todo infierno.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti







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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los reptantes


Con el rotundo devenir de los años, la piedra de los tiempos hizo ruido al caer, y estalló su miseria sobre la inocencia de las almas que, contemplativas, supusieron pero no evitaron su desgracia.
El agravio patente que los tiempos enrostraron sobre las simuladas inocencias, arrastró consigo a la poca integridad moral que quedaba viva.
Bajo los escombros musgo creció, y los gusanos ganaron el espacio de la tierra fértil, fagocitando de ella los restos de un pasado lleno de bella vida.
La mentira fue el hogar de los suplentes parásitos y creció por doquier la mala hierba tapando con sus tupidas ramificaciones a la luz de la esperanza.
Ahogados, oprimidos, los pocos sobrevivientes que antes fueran los gregarios seres de una ahora comunidad extinta, se fueron refugiando en las improvisadas guaridas que la urgencia les demandó. Chozas diminutas, de barro, de conchilla, vestigios de la desaparecida civilización sirvieron de desesperado cobijo. Cualquier refugio era bueno antes que perecer a la intemperie devorados por los insectos.
Construyeron un nuevo mundo al amparo del recuerdo de un pasado que no volvería. La añoranza devino en sueños, y los sueños en utopía. Todo estaba perdido, las sombras eran ahora su hábitat, y vigilar los intersticios de los refugios para protegerse del enemigo hostil, sería la razón justificativa para seguir viviendo. Vivir para no morir, y no morir para estar atentos.
Algunos birlaron la vigilancia de los gusanos y lograron escapar, pero no se supo más de ellos. Otros fueron devorados en el intento.
Los gusanos fueron adquiriendo formas de organización social superiores, con la correlativa y simultánea involución de los oprimidos. Pero no todos se embrutecieron, sino que de entre los propios refugiados fueron surgiendo mentes que supieron aprender del enemigo. Émulos de las prácticas parasíticas, fueron aprendiendo el arte de arrastrarse y alimentarse a costa de los otros, y lograron así mimetizarse entre ellos.
Pasaron varias generaciones de instalarse entre las filas enemigas, de mezclarse en el mestizaje espantoso de los anélidos, platelmintos, nematodos, acantocéfalas, nematomorfas y sipuncúlidos. Las larvas se multiplicaron infinitamente en una estratégica y orgiástica promiscuidad usada como maniobra distractiva y de paulatino debilitamiento de las filas enemigas. Y una vez confiado el enemigo y satisfecho el ego del heterótrofo monarca, cuando ya todo era putrefacción pestilente, los infiltrados dieron el golpe final y arrasaron con las vidas de los opresores en sólo diez noches de vermicidio* masivo. Las tropas infiltradas tomaron el mando, volvió la tierra fértil, la utopía devino en sueños, y los sueños en esperanzas de cambiar la realidad.
Pero tantos años entre los gusanos habían dejado su reptante huella en la idiosincrasia de los revolucionarios…Cuando bajo la simulación de una resurgente democracia alcanzaron los puestos de mando y liderazgo, su naturaleza parasitaria tan bien aprendida y asimilada ya en su propia sangre, fue más fuerte que la causa inicial que los había impulsado. Arrastrándose sobre las cabezas de sus esperanzados pares, aplicaron despiadada y sistemáticamente como forma para su propia subsistencia, la de alimentarse de los otros. Pero esta vez, la presa fueron sus propios hermanos.



* [1] Neologismo por vermes: gusano, y cidio: elem. compos. Significa 'acción de matar'.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti


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lunes, 14 de septiembre de 2009

Dimensiones












Flotando desde el otro lado de la red que envuelve el cristal, sacás a relucir lo mejor de mí. Esa parte de mí que creí muerta, que otras manos y las mías asesinaron en el negligente juego de la intolerancia recíproca y absurda.
Desde ese punto de inflexión en que mi tiempo se detiene para oír tu voz, donde tu presencia y la mía son imágenes espectrales proyectándose a uno y otro lado del universo de palabras que vamos tejiendo, brota tal vez una nueva esperanza.
Me sumerjo desde otro lado, viajando quizás hacia las dos dimensiones de tu espacio, en un submundo de lenguajes que se traducen en vos, decodificándose en respuestas anticipadas a mis preguntas, en soluciones exactas a mis ancestrales inquietudes. Espacio bidimensional que desde la abstracción de mis figuraciones es el cálido nido para un mundo de dolor que pide a gritos desde siempre ser cobijado.
Y en esa travesía de destino incierto, presiento la definitiva unión, la mancomunión que lo abarque y complemente todo. Presiento un futuro en donde la vida se colme con la materialización de los sueños que hasta ahora sólo inundan y nublan mi pasado. Presiento un lugar donde la abstracta dimensión en que habitan nuestras almas, se fundirá en la mezcla alquímica de tu presencia y la mía, y completará así a nuestro mundo. Definiendo un amor de tres dimensiones: un amor que se extenderá a lo largo y a lo ancho de nuestros corazones, y hasta lo más profundo del ser.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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viernes, 11 de septiembre de 2009

Que alguien me diga

Si fuera necesario y posible desandar el camino para deshacer los insultos y todos los actos que hirieron a otros, y si eso sirviera para hacer mejores sus vidas, juro que lo haría.
Si fuera necesario y posible volver el tiempo atrás y detenerme en cada instante en que actué o hablé cuando debí omitir o callar, u omití o callé cuando debí actuar o hablar, y si corregirlo sirviera de algo, juro que lo haría.
Si fuera necesario y posible volver atrás y repensar cada argumento y pensamiento erróneos que tuve, para evitar equivocarme, juro que lo haría.
Si fuera necesario y posible rehacer cada acción o decisión desacertadas que tomé, para poder evitar sus consecuencias negativas, juro que lo haría.
Si fuera necesario y posible viviría una vida distinta, si eso ayudara a que la vida de los otros y el mundo fueran mejor.
Si fuera necesario y posible haber sido una mejor persona y pudiera eliminar todo lo malo que hice, juro que lo haría.
Si fuera necesario y posible reconstruir cada momento en que lastimé a alguien o a mí mismo, y pudiera colocar en el lugar del dolor sólo alegrías, juro que lo haría.
Colocaría justicia y amor en cada momento y lugar en que fui un miserable, si eso cambiara algo, y si fuera posible.
Juro que haría todo eso y lo que fuera posible, si fuera necesario.
Pero si nada de ello fuera necesario, o si todo ello fuera imposible, que alguien me diga entonces, cómo hago para seguir adelante sin tristeza ni dolor, sabiendo que todo ese pasado existió y aun me persigue, que hubiera podido evitar tantas cosas cuando era necesario, y que soy el único culpable de que hacerlo hoy sea imposible.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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jueves, 10 de septiembre de 2009

En el camino





Un teléfono celular que suena, una llamada, y la rotunda y categórica frase en el audífono: - Le queda poco, vení-.

En el camino no se animó a correr. En el camino sabía que ella estaba muriendo y sabía también que él debía correr, que era esperable que él corriera. Pero no corrió, porque también sabía que correr no la salvaría.
Agitado, con el pecho apretado, sin correr pero enceguecido y mareado de terror, del dolor que le producía sentir en el pecho tantos años de errores y tristezas acumuladas, y saber que la sentencia era ya irrevocable. Sabía que ya no podía enmendar sus equivocaciones, y que arrepentirse ahora era una inútil ucronía, la cruz que él cargaría perpetuamente.
Llegó junto al yaciente cuerpo y buscó en su mano un último pulso, aguardando el milagro. Buscó en su adelgazada muñeca un último borbotón de sangre que le produjera mágicamente en ese momento la revelación de haber sido todo un sueño, de que aún podría corregir, rehacer, redefinir y volver a vivir su pasado, de revivir la esperanza.
Pero no había pulso, o quizás sí lo había, pero su propia mano temblaba tanto y su corazón se agitaba tan fuertemente, que bien podrían haber sido sus propias pulsaciones las que agitaban el brazo inerte, colgando de ese cuerpo tan inexpresivo y frío.
El cuerpo se le contrajo entero en un espasmo que explotó en llanto de angustia, de arrepentimientos tardíos, de esperanzas tontas de que el milagro llegara. Pero nada de eso pasó: ella estaba muerta.
-¿Ya está?- escuchó a sus espaldas, y por primera vez en la vida comprendió el significado y el valor de un abrazo sincero.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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domingo, 6 de septiembre de 2009

La proeza

El asunto terminó siendo mucho más difícil de lo que esperábamos, y lo que creíamos que sería una simple maniobra, resultó tratarse de una compleja secuencia de dificultosos procedimientos.
Alejo había llegado a nosotros, presentándose como un experto en la materia. Jorgito y yo desconfiamos desde el principio de su tan soberbia seguridad, pero una secuencia de actos nos hizo rápidamente entrar en confianza. Él se movía con tanta soltura y firmeza, y tan determinadamente siguiendo un protocolo tan pormenorizado de pasos, que terminamos creyendo que realmente el tipo podía llegar a dar cátedra de la materia.
Los últimos intentos que habíamos hecho antes de dar con Alejo, habían terminado con la tragicómica escena de Jorgito bañado en azúcar. Ni que hablar de mi ojo derecho amoratado...
Cuando el especialista tocó el timbre de casa (¡y lo que nos costó que nos concediera una cita!), nos hallábamos practicando el enésimo intento de la proeza. Alejo escudriñó el cuadro de aquella situación y presurosamente se dispuso a tomar cartas en el asunto, desplazando de su labor, casi a los codazos, a un Jorgito atónito ante tan soberbio gesto.
Catapultar por los aires una cucharada de azúcar a través de una distancia de aproximadamente unos 30 centímetros desde el extremo de la misma hasta la taza, y lograr que el dulce contenido caiga íntegramente dentro de esta última, por más trivial o inútil que pudiera parecer un procedimiento de semejante índole, no es cosa fácil, y como hemos comprobado Jorgito y yo, no es algo que pueda hacer cualquiera.
Mientras Alejo nos iba indicando los pasos a seguir, recitaba el vasto curriculum que testimoniaba su versación en el tema, relatándonos sus numerosas experiencias y ensayos realizados y las cientos de horas de práctica que le había demandado llegar a convertirse en un profesional en lo que, con sobrada afectación y vanagloria, se atribuía el mérito de haber bautizado como “catapultamiento azucarero”.
Con fines didácticos e ilustrativos, Alejo nos dio una hoja de papel impreso, en la que podía leerse, a la par que lo observábamos realizando cada paso, el siguiente texto:


Pasos a seguir para una exitosa consecución del catapultamiento azucarero
1- Primeramente hay que cerciorarse de tener a disposición una buena cantidad del elemento azúcar, preferentemente contenida en un recipiente comúnmente denominado como “azucarera”.
2- Cumplimentado el paso anterior, se debe proceder a la obtención de otro utensilio (y tan elemental para el procedimiento como el antedicho), comúnmente denominado como “cuchara”. Ésta debe ser preferentemente perteneciente a la especie “cuchara de té” para una mayormente adecuada manipulación del instrumento.
3- El tercer paso es la obtención de un recipiente destinado a la contención de líquidos que, a todo efecto, denominaremos aquí como “taza”.
3- Por aplicación del principio de palanca, y mediante el uso de la cuchara por la propia fuerza y sujeción con la mano, (derecha o izquierda, a elección y comodidad del operario) debe recogerse de la azucarera una cantidad de azúcar que sea lo suficientemente grande como para que el procedimiento sea digno de merecer el mote de “proeza”. Basta a tal fin, con que el azúcar quede al ras de los bordes de la parte cóncava de la cuchara.
4- Procurando que no nos tiemble el pulso, lo que acabaría por frustrar todo el plan, procedemos a apoyar la cuchara con su mango apuntando hacia la taza a una distancia aproximada, en principio, de unos 30 centímetros. Aquellos más arrojados podrán colocarla a una mayor distancia. Los más cobardes no deben preocuparse: es comprensible que se trata de un procedimiento harto difícil, y por ende están exentos de cualquier clase de juzgamiento.
5- Entramos ahora en la acción fundamental del procedimiento, que es la de dar el golpe justo y certero que provea el impulso necesario del azúcar a través del aire, de modo que la misma ingrese en la taza como resultado de su catapultamiento, en su completitud. Dicho golpe deberá efectuarse con la parte más mullida de la mano, sobre el extremo del mango de la cuchara, que se caracteriza en la mayoría de los elementos de este género, en ser poseedora de una curvatura levemente pronunciada hacia arriba.
El golpe, para ser efectivo, deberá ser realizado lo más cerca posible de los confines de la antedicha parte de la cuchara, para producir como resultado que el azúcar se traslade, vía aérea, en un trayecto con la característica de “empinamiento”, a fin de evitar que la misma se pase de largo del punto en el que la taza ha sido situada o, lo que es peor, que el golpe “nos quede corto”.
El impacto precedentemente indicado, no deberá ser, ni lo insuficientemente fuerte como para que el azúcar no llegue a destino, ni lo exageradamente violento como para que la misma se atomice por los aires, aún mucho antes de alcanzar siquiera las inmediaciones del destino deseado. Dicho impacto deberá ser efectuado de la manera vulgarmente denominada como “golpe seco”.
Desde luego que los primeros intentos podrán ser de lo más frustrantes, ya que comúnmente suelen darse como resultados posibles, los enunciados en el párrafo anterior: falta de impulso o el impulso de sobra, cuando no también una total falla del mecanismo cinético de la cuchara y su consiguiente completa quietud, o quizás apenas un leve desplazamiento de la misma de su punto de origen.
Seguidos que sean todos estos puntos al pie de la letra, y con práctica suficiente, se podrá terminar siendo un especialista en “catapultamiento azucarero”, y recibir de este modo aplausos, elogios y ovaciones en todo tipo de eventos, por parte de nuestros amigos, allegados, y por qué no, de perfectos desconocidos.
6- Como variante de los ejercicios precitados, a gusto del operario y a fin de dar mayor utilidad al procedimiento, se podrá, previamente a seguir los pasos enunciados, tener preparado dentro de la taza cualquier tipo de infusión o bebida, preferentemente de las que suelen tomarse endulzadas con azúcar.

Alejo siguió al pie de la letra todos los pasos, mientras nos los explicaba y, para nuestro asombro y devoción, logró embocar en la taza la para nada despreciable cantidad de 10 cucharadas consecutivas de azúcar, y sin el más mínimo lugar a error. Ni el más mínimo rastro o minúsculo granito de azúcar quedó sobre la mesa, pero sí toda ella dentro de la taza.
Luego de las salutaciones y alabanzas pertinentes a tamaña demostración, Alejo nos cobró sus cuantiosos honorarios y se fue.
Jorgito y yo practicamos durante meses, una y mil veces, las enseñanzas dadas a nosotros por el especialista, y debo reconocer que con el tiempo nos convertimos también en maestros en el arte del “catapultamiento azucarero” .Quizás hasta superando a nuestro instructor.

Durante años fuimos el centro de atención en todo evento, reunión, agasajo, convite, fiesta, etcétera, a los que asistiéramos y en los que existiera la presencia de bebidas pasibles de ser endulzadas con azúcar. Ovacionados, aplaudidos y hasta adorados por doquier, nuestro talento y nuestra refinada técnica fueron durante muchísimo tiempo un comentario recurrente en boca de todos aquellos sujetos que conformaban nuestro círculo de relaciones sociales.
Hasta que un día, en una fiesta de cumpleaños, fuimos interpelados por uno de los invitados (que era diabético) al que, en ese momento nos pareció interesante, desafío de realizar la proeza, pero utilizando edulcorante en vez de azúcar como elemento catapultado.
Altaneros y jactanciosos, Jorgito y yo aceptamos sin miramientos el desafío, confiados en demasía en lo ilimitado de nuestro especial talento. Pero la diferencia entre el peso específico entre una sustancia y la otra, dieron por tierra con todo el procedimiento y el edulcorante quedó esparcido por toda la mesa y parte del piso...
Ante la risa y la burla de toda la expectante concurrencia, debimos huir despavoridos y sonrojados de la fiesta, dolidos en lo más hondo de nuestros seres por la presión de tan rotunda ignominia. Víctimas de nuestra fanfarronería, vivimos en carne viva la vergüenza de la afrenta pública.
Desde ese día Jorgito y yo procuramos no asistir más a eventos, y en los casos inevitables, intentamos no hacer siquiera alusión a nuestro pasado como “catapultadores azucareros”, y así evitamos engorrosos posibles pedidos de demostraciones. Hasta ahora lo venimos logrando.
Eso sí, a la hora de juntarnos aunque sea a solas a tomar un café o lo que sea, servimos el azúcar como cualquier persona común: aproximando la cuchara con azúcar hasta la parte superior a la circunferencia de la taza, e inclinando la cuchara para dejar caer el azúcar dentro de la misma.




Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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domingo, 30 de agosto de 2009

Tierra

Somos animales primitivos que usamos nuestros principios como un ropaje meramente ornamental, y en sus bolsillos llevamos una bomba dispuesta para ser utilizada en caso de que tengamos que inmolarnos: la misma armadura puede ser una bomba de tiempo. La explosión puede ser terrible, aniquiladora. El tiempo se mide en un incesante tictac que va marcando el pulso arrítmico de nuestros corazones avasallados. El tiempo nos mide incesantemente.
De vez en cuando la vida florece, y cuanto más ávidas del néctar de la flor de la vida están las papilas del corazón, más se arraiga el alma a una tierra que nos vive defraudando. Entonces llamamos felicidad al mero conformarse con efímeros bienestares. Entonces llamamos amor a un simple habituarse al otro. Decimos insatisfechos, en vez de miserables. Llamamos triunfar a aislados logros fugaces. Decimos tanto y no sabemos qué hacer, y echamos raíces. Crecemos alejándonos de aquello que nos hizo nacer, transmutamos de semilla a recio árbol, el tiempo nos marchita, cultivamos quizás desdichas y a veces retiramos nuestros frutos antes de tiempo. Resistimos tempestades y devenimos en tierra. Decimos evolución y progreso, en vez de decir que olvidamos quiénes somos o hacia dónde vamos, filosofamos pero nunca estamos seguros. Llamamos filosofía a nuestros puntos de vista, pero quién sabe qué demonios es la vida. Decir eufemismos es peor que mentir.
Somos almas encerradas en cuerpos que usamos como falso ropaje ornamental, y en la piel llevamos las marcas de un lento y paulatino estallido interno.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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jueves, 27 de agosto de 2009

Cursis et recursos

La epanalepsis es un recurso literario, eso es la epanalepsis. Un recurso literario al igual que la anadiplosis. La anadiplosis es, para mí, más intensa. Pero no tan débilmente intensa como un oxímoron, ni tan interesantemente importante como un redundante pleonasmo. De todos los recursos literarios el que más me gusta es el retruécano, pero igual me gusta recurrir a todo lo que sea literario.
El anthropos jugando con los tropos que se cuelan por debajo del idioma como topos por debajo de la tierra. O el opus de plantar en la tierra un potus. Todos juegos, divertimento lúdico: como el del mosquito que te deja palúdico sólo por divertirse; o el hipoacúsico que por las contracciones de su diafragma emite un hipo acústico en el ocaso de un día fragmentario.
¡Hocus copus! O en español, ¡Abracadabra!, la cabra habrá de cavar, ¿Acabará de cavar la cabra?, ¿cabrá la cabra en la cava? Si acaba de cavarla, la cabra acabará de cavar cabalmente y entonces cabrá. ¿Pero en dónde cabrá la cabra?, la cabra cabrá en la cava que acaba de cavar cabalmente, producto de su mente cabal. ¿Cabral tenía cabras cavadoras? ¿O simples cabras pastoras de yuyos? No lo sé, el potus no es un yuyo…las hojas tampoco, la soja tampoco, es tan poca la soja...Cabral: Soldado heroico, gran héroe sin heroína que le escribiera unas líneas…, blancas como las manos del soldado estoico donde el sol no ha dado. Estoy comenzando a razonar cruzadamente con la mente cruzada. Cruz, Hada, símbolos mágicos, pura mística. Como la pura y mítica heroína que no le escribió ni una línea a Cabral que estaba solo criando su cabra cavadora y que al pastar masticaba místicamente. Esa cabra que no se rendía de cavar ni de pastar ni acabará empastándose con el pasto, tampoco con las hojas. Quizás acabe espantándose con el phatos de la conducta de Cabral, su patrón, o estampándose con el pato, o con el potro, o con el portón que se le estampa en torpe estampida por no seguir un cabal patrón de conducta.
Mi recurso literario favorito es el retruécano, y recurro a mi literatura favorita si alguien quiere retrucarme. ¿Cabrá la cabra?
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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martes, 25 de agosto de 2009

Cambio, desarrollo y progreso









Introducción al tema

Bien podría ser que la tan pomposamente denominada “Revolución Industrial”, hito histórico por antonomasia al que pocos negarían su relevancia, a punto de tal de que pareciera que la historia del mundo no podría dividirse más que un antes y después de ella, podría denominarse también, y posicionándonos en el aspecto significativo y no ya en el primigenio significado que diera origen a la misma ( para un lugar un tiempo histórico dados) como el nacimiento y progresivo desenvolvimiento, hasta nuestros tiempos, de una Involución Intelectual - es decir, partiendo de una valoración de sus consecuencias reales y no en la valoración de un categórico ideal- . Esto dicho, no ya en el de por sí peyorativo sentido de suponer una retrogradación de la Humanidad como sujeto colectivo -si suponemos que tal cosa existe-, ya que sería tan pretencioso como la posición que se intenta rebatir aquí, ensayar una postura capaz de que intentase dictaminar sin caer en anticipadas conclusiones meramente conjeturales y caprichosas; de ningún modo, sino dicho con el fundamento que parte de la base de las siguientes líneas de pensamiento:



Aspectos positivos



Es indudablemente innegable que la aparición de la máquina y la consecuente división del trabajo ulterior, dio en sus principios los frutos esperados y vino a solucionar aspectos significativamente conflictivos del ámbito social y económico de su época, a la par que en términos de universalidad tampoco pueden negarse los aportes que esta nueva forma de organización de la vida humana, ha arrojado y continuará arrojando con el correr del devenir histórico, en aspectos tan destacables como ser los notorios e importantísimos avances en campos tales como el tecnológico, las ciencias, y así tantos campos como fuera posible enumerar. Hoy sería imposible vislumbrar un mundo que no se sustente sobre la base de tan nobles fines y logros alcanzados.
El maquinismo, la industrialización y masificación de la manufactura y el consumo, la aparición de la fábrica y la consiguiente concentración de los núcleos urbanos en torno a las mismas, los mercados inundados de los más variados y sofisticados productos, etc., constituyen hoy irrefutables íconos de toda una nueva forma de organización social que trae aparejada consigo una serie de circunstancias y consecuencias que bien podrían ser tomadas bajo términos tan absolutos como los de desarrollo o progreso. Si bien de hecho esto es así, también es cierto que ciertos estudiosos de las Humanidades, y en especial sociólogos, prefieren utilizar los términos de cambio social, ya que la utilización de los mismos intenta desabsolutizar términos tan tajantes como los antes citados, no como negación de la existencia de una evolución, pero sí poniendo ciertos reparos al considerar que si bien las sociedades “se mueven” cambiando permanentemente, no todo cambio puede ser considerado como una evolución o desarrollo, sin caer de esa manera en definiciones axiológicamente reprochables que acabarían por desterrar el aspecto ontológico de todo análisis que pretendiera ser serio y sincero. Es decir, que carecería de objetividad, teniendo en cuenta sólo los aspectos positivos arrojados por el tema en estudio, pero dejando fuera del análisis sus aspectos negativos, que consideramos son los siguientes:



Aspectos negativos




Ahora bien, con la fabricación en masa la manufactura deja de estar en manos de pocos. Los hombres se ven casi obligados a salir de sus hogares para ir a las fábricas, comienzan los avances y la perfección de la técnica en variadísimos aspectos que abarcan ya no sólo el campo de la industria, sino que por extensión van contagiando a todos los demás aspectos de la estructura social, tales como las ciencias, las artes, etc. Las instituciones se ven constreñidas a ir adaptándose, por las fuerza de los hechos, a las nuevas circunstancias y paulatinamente se van dando todas las situaciones contempladas en el precedente subtítulo.
Pero llega el momento en que dicha estructura debió empezar colapsar por las lógicas fallas de su propia naturaleza. Decía Malthus que las sociedades crecen geométricamente y los recursos aritméticamente, y si bien actualmente están en boga teorías que sostienen que el humano no se reproduce siempre geométricamente, sino que se adapta hasta cierto punto a la capacidad productiva del medio, tales teorías aún no se encuentran acabadas y por otro lado, la evidencia actual de los hechos impone a los ojos del observador otra realidad.
Paralela y concordantemente con el postulado malthusiano, se da que los recursos van siendo acaparados por los sectores poseedores del mayor poder de captación de los recursos, es decir, el industrial, intelectual y científico, que son quienes poseen a esa altura, la concentración de los medios de producción y “desarrollo social”. La burguesía de la teoría marxista y su consiguiente dictadura.
El número de personas presentes fuera de los sistemas productivos y educativos es desproporcionadamente mayor al número existente por dentro de los mismos, y paulatinamente esto va provocando que cada vez un número mayor de individuos, se vean en la necesidad de depender para su cotidiano sustento, de un número inversamente proporcional y reducido, en comparación, de productores. Tal es el esquema actual de la organización del mundo: miles de millones de personas dependen, para adaptarse a los cánones de la vida moderna, de un significativamente menor número de personas. En consecuencia los medios de producción, la especialización de la mano de obra, el conocimiento de las técnicas, y el conocimiento en general, se encuentran en este escenario, absolutamente sectorizados.


Consecuencias



Llegamos así al problema central que se pretende volcar en este trabajo, que es el de puntualizar las consecuencias que psicológica, actitudinal y funcionalmente, produce al individuo en sociedad un panorama así dado.
El hecho de que todos los conocimientos, recursos e infraesructuras con que cuenta la sociedad mundial actual, que puedan ser considerados como elementos estructurales del desenvolvimiento en el medio humano, se encuentre concentrado, captado y explotado por una ínfima cantidad de sujetos, conlleva a la atroz y lógica consecuencia de quien que no maneja cotidianamente dichos conocimientos y elementos –los que a su vez día a día van en aumento-, produce consecuentemente que quienes permanecen impasibles como simples consumidores de los resultados de un sistema tal, vayan siendo cada vez mas ignorantes en el siguiente sentido: al ampliarse vertiginosamente el conocimiento y el desarrollo industrial y tecnológico, y a su vez, ser cada vez mayor la cantidad de personas que no tienen acceso a dichos medios y sus permanentes cambios, es cada vez más lo que éstas van ignorando. En otras palabras: a mayor cantidad de cosas por aprender y menores posibilidades de acceder a su conocimiento, resulta una mayor ignorancia, por los conocimientos no obtenidos y por el número de personas que no los obtienen.
Lo antedicho lleva a una casi absoluta dependencia por parte de un enorme sector, hacia uno notoriamente reducido. Pero las consecuencias no se agotan en este único problema, sino que además el hecho de que todos los medios se hallen en manos de pocos, lleva ineludiblemente a que quienes están por fuera de los esquemas citados, caigan en una deleznable situación de ocio intelectual que, paradójicamente, conlleva a una mayor improductividad, en términos materiales e intelectuales. Se produce así lo que llamaremos una tiranía del conocimiento, en que unos pocos, por poseer los medios productivos e intelectuales, dirigen, gobiernan y determinan cómo ha de ser la vida y cuáles han de ser las necesidades de una numerosísima cantidad de personas que, por “la fuerza de las circunstancias”, y otra veces no tan casualmente, se hallan excluidas e incluso hasta expulsadas de un sistema que pareciera haber sido meticulosamente diseñado y planificado hasta sus últimas consecuencias, por los sectores de las sociedades que se intentaron combatir al descentralizar, en su origen, a las formas de producción.
Asimismo el círculo vicioso antedicho se cierra y vuelve a comenzar en el punto en que, ante la falsa creencia que produce en amplios sectores mayoritarios el hecho de suponer erróneamente de que todo lo existente, y lo que pudiera llegar a existir en este mundo, ya se encuentra todo pensado por otros. Reavivándose permanentemente de este modo, el poder tirano de los poseedores del conocimiento y de la técnica. ¿Para que esforzarse uno, si ya está todo pensado y analizado por otros?, parece haberse convertido en una pregunta común y recurrentemente oída en nuestro tiempos.


Conclusiones



Se configura así un sistema exclusivo (para pocos) y excluyente (desplaza a las mayorías) que se retroalimenta en un constante círculo vicioso, cuyo saldo desfavorable no es otro que el de que cada vez vaya existiendo mayor exclusión social. Y cuya única alternativa vislumbrable para romperlo, no pareciera ser otra más que la de educar instruir, y distribuir los medios de producción, los recursos, y las formas de acceso al conocimiento, de manera más equitativa. Para así acabar con el ocio intelectual, la tiranía del conocimiento, y convertir de esta manera al sistema en un círculo virtuoso, que redunde en beneficio de todos, arrojando como saldo, ahora sí, una verdadera situación que bien pudiera ser denominada como de Progreso o Desarrollo.




Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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domingo, 23 de agosto de 2009

Afirmaciones




¿Quién ha sido el tonto que ha afirmado
que un amor es eterno, y amor de verdad,
cuando sientes que el tiempo parece volar
al mirar los ojos del ser amado,
y sientes que nada puede ya importar?

Las cosas a veces no tienen sentido,
maldito y dichoso poeta afortunado
que no te has sentido jamás destrozado,
ni sientes la angustia de haberla perdido,
o el dolor profundo de no estar a su lado.

Ni extrañas sus besos en la soledad,
gritando en silencio por qué es que se ha ido,
qué manos ajenas construirán su nido,
qué demonios es lo que yo he hecho mal.
Tú no sabes, poeta engreído,
cómo se siente por ella llorar…



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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viernes, 21 de agosto de 2009

Si hubiera educación...(visión derechosa).


Conversación en la acera entre dos menesterosos mozuelos con humildes hábitos de vida.

- Hola, ¿todo en óptimas condiciones?, persona con poder y prestigio o muy entendida en una determinada materia.
- No es de tu incumbencia. Retirate de aquí.
- ¿Me estás asiendo el cabello?, ¿qué te sucede?, ¿andás con decaimiento anímico?
-No, nada que observar.
- Pues, ¿entonces?
- Nada, no me hostigues.
- ¡La vagina de tu progenitora,¡majareta!, colocate media batería.
- Si lo deseo.
- Ah, bueno, no simules vesania conmigo, ¿eh?
- Detente, ¿qué te acontece?, ser falto o escaso de entendimiento o razón.
- Uy, me dirigiré a ejecutarte.
- Sosegate, no he querido agraviarte.
- El absoluto óptimo, dame un achuchón.
- Conmutame por el exabrupto.
- Estás amnistiado, camarada.
- Gracias, señora de edad considerable.
- Dirijámonos a ingerir brebaje de lúpulo fermentado en la acera del tenderete.
- Enhorabuena, hagamos las paces y simulemos que nada de esto ha acontecido.
- De acuerdo.



P.D: No nos dejemos engañar...


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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Azules


El vertiginoso vórtice en que se vierten mis pasiones, subvierte mis virtudes escapando por los vértices de mi entero ser. Y la visión que me envuelve lo fusiona todo en una turbulencia atroz que desdibuja mi aura azul. Virulencia espesa de visiones vítreas, veraces y también azules. Me dejo atraer hacia mí mismo en el suspiro invertido de una inhalación profunda, sumando el mundo externo a mis vértigos interiores, y el universo se vuelve locura. Demencia voraz.
El alma se transfigura en imágenes que no concuerdan, en representaciones amorfas y para nada cuerdas, como nuestro amor. ¿Te acuerdas de nuestro amor? , amor a cuerda, vieja maquinaria que necesitó siempre del impulso constante de nuestras voluntades para poder avanzar y no morir sistemáticamente, maquinalmente, en lo estático. Amor extático ante el impulso exacerbado que lo llevaba a la obsesión, pero inerte y sin pulso en la transición hacia el dolor que esa cesión de impulsos nos producía.
La escisión fue inevitable, incisiva, quiste y virulencia, con la sangre colmada de visiones que condujeron a la incisión decisiva producida por la herida sangrante del desamor. Entonces el universo se volvió locura -azul, vítrea-, y el alma se nos desangró.




Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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El fin




Cubro con torpeza
los rasguños leves
de una antigua herida.
Dejo que me lleven
lejos mis tristezas,
buscando guarida.

Deslizo mis manos
por las líneas tenues
de una despedida,
y mi desconfianza,
souvenir que traigo
de mi exigua vida,
es el escenario
donde alegres danzan
todas las mentiras.

Aprieto mis labios,
al saber que duele
ver que no hay salida.
Mis brazos se hieren
por la gran rudeza
de cargar espinas.

Recorro el pasado,
veo que me quieren,
y el viaje me invita
a las añoranzas
de los bellos años
que a soñar me incitan.

Pero me hace daño,
y mi alma se cansa
de las infinitas
y duras esperas
que al final me llevan
a una urgente huida.

Corto con rudeza
la raíz endeble
del árbol de mi vida.
Dejo que se quiebre
su dura corteza,
y todo termina.








Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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miércoles, 12 de agosto de 2009

Hogar




En mi casa hubo infancia,
mascota y olor a comida.
En mi casa hubo esperanzas,
ilusiones y familia.

En mi casa hubo amor,
hubo abrazos y caricias.
En mi casa brilló el sol
cuando alguien sonreía.

Hubo gratos momentos
que inspiraron poesías.
En mi casa hubo sueños
y miradas de empatía.

En mi casa hubo un mañana,
proyectos y fantasías.
En mi casa hubo,
pero ya no queda nada,
de lo que antes había.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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lunes, 3 de agosto de 2009

Q.E.P.D.


Hemos perdido a la Reina en la batalla y, enloquecidos, terminamos disociándonos en individualidades doblegadas que no supieron nunca recuperar su conciencia de grupo.
La unión desorganizada y desentendida que intentábamos crear para sentirnos protegidos, fue la causa del fracaso que ahora compartimos en soledad con un mundo que no sabe que existimos, o que no quiere saberlo, y que si lo sabe, opta por la desidia.
El enjambre se disgregó convirtiéndonos en molestos y solitarios insectos que se defienden creyendo que están siendo atacados.
Revoloteábamos alborotados alrededor del elemental alimento de nuestra vital permanencia, hipnotizados por el dulce aroma que emanaba del sacramental producto de nuestros logros grupales. Creíamos que en esencia éramos muchas individualidades unidas con el simple fin de mantenernos vivas.
El enemigo retozaba de envidia allá afuera y se regodeaba de antemano frotándose las manos, sediento de codicia. Él vislumbraba nuestro futuro e inevitable fracaso. Nosotros nos descuidamos, nos distrajimos y perdimos la batalla.
El instinto había primado siempre en nuestras acciones y nos brindaba la comodidad de lo rutinario, ¿para qué detenernos a evaluar tan práctica inercia?, si las cosas seguían tranquilas su curso natural, desenvolviéndose a través de ella. Hubiera sido absurdo- pensábamos- contradecir o refutar un orden de cosas previamente dado, si desde tiempos inveterados hasta aquí había venido dando los frutos justos y necesarios. Estábamos equivocados. Resultó ser que el bienestar del que gozábamos no era un orden natural, sino el fruto del esfuerzo de las generaciones que nos habían precedido. Tampoco nos percatamos del valor de estar organizados, que no tiene como fin simplemente sobrevivir, sino vivir unidos y, sobre todo, vivir bien. Nos dimos cuenta tarde, no supimos verlo. La ignorancia y la comodidad habían sido el medio regular en que nos desenvolvíamos cotidianamente.
Sumergidos en tan grueso error, la evolución de nuestra especie consistió entonces en ir anulando sistemática y paulatinamente a la Razón con el paso de una generación a la otra, y fue triunfando así el cómodo estoicismo que saben brindar los más primitivos instintos.
Cuando menos preparados estábamos, sucedió finalmente el ataque, por la retaguardia, inesperado, súbito y letal, que arrasó con todo: nuestros sueños, nuestros esfuerzos, nuestra tan preciada labor, dieron por tierra tan pronto como notamos la presencia del enemigo. Nos hirieron a la Reina…la perdimos torpemente. Víctimas de la consternación propia de nuestra sorpresa que nos hizo separarnos cuando deberíamos haber estado más unidos que nunca, triunfó el egoísmo y nos olvidamos de nuestros pares. Abandonamos a nuestros hermanos dándole carta blanca al atacante, que supo aprovechar tan servida ocasión que le brindamos. Imperó entonces la desunión y ahora somos bichos desolados y atontados parando las antenas y muriéndonos de hambre. Obnubilados ante el fracaso.
En este momento hemos tomado conciencia de la importancia que la Reina tenía para nosotros. Pensar que cuando la teníamos entre nosotros la tratábamos con la misma desidia con la que hoy los demás enjambres nos tratan a nosotros. Nuestro ídolo pereció en el mar de la ignominia, asesinado por el desprecio de sus displicentes súbditos. Ícono diluido en las aguas del olvido.
Hoy ya nadie nos ataca pero seguimos desunidos. Ya no hay néctar, ni sueños, ni frutos del trabajo colectivo, pero seguimos viviendo inercialmente, individualmente, con el enemigo entre nosotros (¿el enemigo somos nosotros?). Estamos gobernados por falsos paladines y somos insectos autómatas sin conciencia de grupo. Laboriosas y pintorescas abejas devenidas en inmundas y horripilantes moscas. Necesitamos más que nunca referentes para terminar con este asco. Pero la reina ha muerto en la batalla, y nuestra colmena está destrozada.

A la democracia…
In memoriam.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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miércoles, 29 de julio de 2009

Contradicciones


La absurdidad del abismo que separa al irracional deseo de querer vivir para siempre, frente al agudo temor que nos empuja a desear nuestra propia muerte cuando nos hallamos frente al propio dolor.
La intensa voluntad que, desde la Razón, nos tienta a desear ser ignorantes para no comprender tantas cosas a las que tememos, frente al profundo pánico universal que sufre aquel que todo lo ignora.
El regocijo espiritual que significa ayudar al prójimo o meramente conmiserarnos con él, frente a la satisfacción del ego que ello provoca en nosotros y el instinto de supervivencia y autoconservación.
Las virtudes del ser amado que eclipsan sus defectos cuando nos enamoramos, frente al odio hacia sus defectos que aniquila sus virtudes cuando el amor se muere, exactamente en el mismo punto donde nacen el odio y el rencor hacia él.
La engañosa convicción de la conciencia que nos dice “mañana empezaré una nueva vida”, frente al abúlico temor de perder lo poco que hemos conseguido, llevándonos a aferrarnos tesonera e inexorablemente a la vida que tenemos a regañadientes.
Y más concretamente:
El hambre en el mundo contrastando conmigo frente a una moderna PC que me informa de ello por Internet; la gloria de las figurillas estelares de rápido intercambio, ante el olvido de los grandes hombres y mujeres que aportaron y aportan su sabiduría y esfuerzos a la Humanidad; las “guerras pacificadoras” (¡!); la nafta sin plomo, pero el agua de los indefensos conteniendo metales pesados y elementos tóxicos a causa de que las empresas petroquímicas vierten sus desechos y polucionan también el aire; las viviendas sociales y los barrios privados llenos de gente que esquiva las villas miseria y pisotea la inocencia de los indefensos; el automóvil importado y el chiquito que limpia sus vidrios; la medicina prepaga y los pobres muriendo -con suerte- en las salas de espera de algún ruinoso hospital público; los salvatajes económicos y el pequeño comerciante quebrado; los grandes banquetes y el raquitismo de los niños y hombres africanos muriendo enfermos e inanes, recibiendo las limosnas de Organizaciones inútiles y perversas; la pobreza criminalizada por un sistema deslucido que ampara y contiene cómplicemente a los “ladrones de guante blanco”; aviones arrojando comida sobre las ruinas de naciones cuyas dignidades han sido devastadas, mientras los diplomáticos viajan en charter, y sus lujosos automóviles los llevan a los suntuosos hoteles en que se hospedan para fingir que se ocupan; la autopista que conduce a la bella ciudad turística y los trabajadores y hombres de bien esquivando pozos en las calles de sus humildes barrios, si es que tienen la fortuna de no estar aislados de todo o anegados; la Policía delinquiendo, el clientelismo político y los jueces corrompiéndose.
Todas contradicciones que se traducen en mentiras y salen a la luz mediante el contraste que producen sus evidentemente ilógicas y opuestas naturalezas. Y la satisfacción que hallo porque aliviano la carga que pesa sobre mi Ego, al vomitar verdades que no intento impedir, junto a la decisión de no continuar escribiendo esta lista porque sería infinita y no tendría sentido intentar completarla.
La infructuosa intención testaruda de volcar en un texto estas contradicciones, para que al revisarlo queden todas ellas grabadas para siempre en mi conciencia, y ahora me sienta peor que antes de hacerlo, frente a la aguda y angustiante impotencia de comprender que mis prójimos ,y yo mismo, somos víctimas y muchas veces también, mutuos victimarios de nosotros mismos. Y ahora me siento mejor.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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martes, 28 de julio de 2009

Si hay luz


Si hay luz
caminaré hacia ella.
Seré cuerpo que se deja
llevar.
Si hay luz.

Y si encandila
encontraré la fuerza.
Seré alma que se deja
alcanzar
por esa luz intensa.

Pero si quema,
si su resplandor me ciega,
escaparé,
y mis creencias
serán refugio en mi ausencia
total.

Si su calor me incendia
prefiero la oscuridad.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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domingo, 26 de julio de 2009

El muro


Coloco otro ladrillo en el muro simbólico que representa a las etapas de mi vida en la abstracción de mi mente. Un símbolo al que cargo de sentido apoyándolo en otro símbolo que parece ya haberse vuelto demasiado tambaleante y absurdo. Desde la imaginación, pero con vívidos sentimientos, comprendo que las extensas dimensiones alcanzadas por él, bloquean ya mi visión, y me percato de que he acabado por crear mi propia prisión. En un ángulo del muro un graffiti reza con sarcasmo: “La vida está del otro lado”. Estas palabras se graban a fuego en mis retinas y su ardor hace nacer en mí el impulso. Intento escalarlo desesperadamente, pero el cemento de las uniones (que está hecho de ilusión) se desgrana con cada aguerrido intento que efectúo.
Escucho a mis espaldas un ruido incesante y aturdidor como el de mil campanas repicando al unísono: un campanario, de una iglesia, tal vez, descubro, y me dirijo hacia allí, a pesar de la categórica negativa que ejercen mis tímpanos en mi sistema nervioso, oprimiendo con poderosa fuerza sobre los anquilosados músculos de mi desvaído cuerpo.
-Si alguna vez tenías que creer en algo, este es el momento-, me digo, y con una mano abúlica y descreída me persigno torpemente. Realizo el anhelado pedido y digo amén entre dientes. Entonces el muro comienza a ceder desde su centro mismo, abriéndose en él una grieta cuyo diámetro apenas alcanza para permitirme escapar. Cruzo. Al estar ya del otro lado comienzo a escuchar nuevamente el ensordecedor ruido de las campanas, sirenas, rumores citadinos, domésticos ladridos, bocinas, motores… Me despierto.
El dormitorio está desolado y hace frío, el televisor se ha encendido en automático y en el noticiero dan noticias trágicas, noticias tristes o simplemente triviales que se transmiten también en automático, como por mero entretenimiento. Trivial y triste divertimento. Atroz.
Desde el refugio de mis desproporcionadas cobijas, imagino a la gente allá afuera, construyendo sus vidas con el cemento que fabrican en sus mentes, con una mezcla endeble de ilusión y otros sentimientos quizás más firmes y resistentes. Los veo también desmoronarse en sus muros, como hace instantes me vi a mí mismo haciéndolo, pero perpetuamente encerrados y sin lograr escaparse. Perpetuos prisioneros de sí mismos.
El infernal aparato continúa emitiendo, y detrás de las palabras parece colarse un subliminal y constante mensaje: “La vida está del otro lado”. Entonces comprendo el consejo y decido dejarme llevar… y vuelvo a dormirme.



Ignacio martín Pis Diez Pelitti




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