miércoles, 24 de febrero de 2010

A estas alturas

Ni tu larga cabellera en la bruma,
ni tus besos a orillas del mar,
ni el plateado brillo de la luna,
ni lágrimas que devienen en sal,
ni lo eterno de tu mirada pura,
ni promesas de eternidad,
ni ninguna otra figura,
metáfora o recurso trivial
hacen falta a estas alturas,
para decirte que con estar
a tu lado, el dolor se cura,
y todo lo que estuvo mal
se borra con la locura
de este amor hermoso y total.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.

domingo, 7 de febrero de 2010

Refranero III


Todo quedó y nada pasó, y lo nuestro fue estancarnos en el tiempo sin construir caminos, ni siquiera en tierra firme. Perseguimos la Gloria y alcanzamos la Desdicha. Volvimos la vista atrás y al andar insistimos en mirar las sendas que volvimos a pisar una y mil veces. La inseguridad nos llegó demasiado temprano, cuando retrasarla hubiera valido más que nunca. “Seguro” salió bajo libertad condicional pero se instaló en la casa de otro. Nunca supimos que sabíamos poco y nada, y la ignorancia copó todos nuestros espacios. De tanto prevenir imposibles, terminamos valiendo la mitad. No hallamos consuelo ni para el mal de los dos solos. Por poner las cuentas en claro, las tachamos sin borrarlas y casi terminamos como enemigos. A nuestro juego nos llamaron y por apostar perdimos todo. Buscando el pelo en la leche, lo encontramos en el huevo y resultó ser un kiwi. Fuimos locos buenos repitiendo el mismo tema en compañía. Nuestro Matusalén nació muerto. Cortados por distintas tijeras, los sayos y los ponchos nos quedaron chicos y los bombos y platillos sonaron desafinados. Consultamos con la almohada lo que la cama entera ignoraba, y nos quedamos dormidos sobre los cardos de nuestra derrota. Pagamos un ojo de la cara por nuestros fracasos, y al lograr abrir los ojos debimos conformarnos con realidades a medias. Los cuervos que criamos terminaron el trabajo de dejarnos ciegos, aunque no lo quisimos ver. Entonces cruzamos los dedos y se nos retorcieron las tripas. Fuimos ratones tristes en el velorio del gato, y nos cambiaron al muerto por una liebre. Cuando el río sonó, el mar del pasado nos trajo un tsunami de malos recuerdos sobre las espaldas. Nuestro tropezones fueron brutales caídas y a golpes y porrazos terminamos magullados. Dijimos sin hacer por el trecho más corto y a los hechos les pusimos las espaldas. Cortamos por lo sano y nos sangró lo que amputamos. El hilo de nuestra relación se cortó por el lado de los errores más gruesos, y por perder el tiempo enterándonos de noticias viejas se nos derritió el chocolate. Acumulamos piedras por sabernos pecadores sin decir los pecados, y construimos con ellas el muro que nos separó, tropezándonos una y mil veces. La felicidad estuvo en las pequeñas cosas pero se nos había empañado la lupa, y el microscopio de la duda sólo sirvió para ver los microbios de una vida virulenta. Quisimos dar vuelta la página y nos cortamos los dedos con el borde de la hoja. Las cenizas que quedaron de nuestro fuego se mojaron con las lágrimas y no se encendieron nunca más. Huimos en cada batalla y perdimos como en la guerra.
Perdimos las guerras que luchamos y al abandonarnos ganamos el tiempo que habíamos perdido. Tiempo al tiempo...y el bien que nos hicimos durará cien años.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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