miércoles, 24 de marzo de 2010

Réquiem



Y si hicimos aquello que queríamos hacer, ¿cómo vamos a quejarnos?, ¿con qué derecho sacado de que arcaico código podríamos justificar tan aberrante conducta? La culpa fue nuestra y de nadie más, aunque podríamos señalar y elegir culpables a dedo. Podríamos decir “fue el Destino”, “fueron las fuerzas de las circunstancias”, o cualquier otra falacia que nos haga aparecer ante los demás como menos implicados, que nos expulse del centro de la culpa. Pero no. Sabemos que no es cierto, cualquier excusa es rayana con la hipocresía. Fuimos nosotros los que lo hicimos. Nosotros los RESPONSABLES. ¿Con qué derecho?, con el derecho de creernos más, superiores, mejores que ELLA. Sí, eso, nos creíamos mejores que ELLA, pero ahora que hicimos lo que hicimos ya no lo somos. No, somos monstruos. Arrebatar una vida así, por insignificante que fuera o creyéramos que fuera. Somos monstruos como ELLA también lo fue con nosotros, con su reguero de sangre, sus bombas, y sus miserias. Con la sangre de los inocentes que ella derramó por doquier, furtivamente, la muy cobarde. Cobarde y miserable, sangrienta y a la vez tan, pero tan necesaria. Justificada, ¡esa es la palabra!: sangre justificada. Justificada de Justicia. Justicia por lo que nosotros le hicimos, Justicia por mano propia, Justicia por tantas mentiras, persecuciones, violencia y terror. Justicia con mayúscula y a los gritos, por tanta tortura. Teníamos que acallarla, esconderla, nuestros fines eran superiores, sí. La patria, el honor, la moral y el orden público, primaban sobre esas descabelladas ideas de toda esa gente cobarde que combatía por defenderla a ELLA con sus principios sacados de cuentos de Hadas. Pero el dolor enceguece y el enemigo se torna omnipresente, está en todos lados, es un Dios diabólico que todo lo abarca y lo domina, infundiendo el temor con su violencia. Nosotros también temíamos y estábamos aturdidos, aterrorizados, con miedo, mucho miedo. Y ese miedo también nos hizo ciegos y la matamos, la matamos a ELLA, a sus hijos y sus imitaciones, a sus ecos, sus émulos y réplicas, matamos todo lo que se pareciera a ELLA. Ninguna orden lo justificaba, sólo el temor, el temor de descubrir que lo que defendíamos era una mentira, que los valores de ELLA valían tanto como los nuestros, o incluso más, porque eran puros. La Disciplina y la Libertad lucharon en un campo de batalla sin fronteras, y en las calles y en todos lados, el enemigo omnipresente se volvió un pulpo con millones de tentáculos incontrolables. Aniquilamos y fuimos aniquilados, pero no hubo Justicia jamás. Nosotros éramos mejores y además superábamos en número y poder a los que enarbolaban su bandera. Las banderas de ELLA.
Su nombre era Revolución y nosotros la aniquilamos e incineramos en el Olvido. Se nos fue la mano: asesinamos tanto que tras de ella murió la Patria, el honor huyó despavorido, y todo aquello por lo que luchábamos fue enterrado junto a sus hijos.
Hoy, sus cenizas son levantadas por este viento de esperanza y produce esta nube espesa que nos ahoga y que nos pide que ELLA vuelva. Resucitarla es ahora nuestra misión.

A los que lucharon y a los que murieron luchando
In memoriam
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti

jueves, 18 de marzo de 2010

Quiero

Quiero que grabes
con cincel de paciencia
en las paredes de mi alma
que se ha vuelto de piedra,
la palabra amor.

Te pido que laves
las penas de mi conciencia.
Prometo darte calma
tenaz como la hiedra,
sin llevar más armas
que esta profunda pasión.

Te entrego las palmas
de mis manos, enteras,
para darte cosas buenas
y un mundo de caricias.

Dejaré la codicia.
Pelearé aguerrido.
Lucharé con vehemencia
para conservar el nido
y nuestros sueños intactos.

Firmaré contigo el pacto
del amor verdadero,
en el lugar exacto
donde esté la presencia
deslumbrante de tu cuerpo.

Te daré de mi boca
palabras sinceras.
Te traeré cosas hermosas,
verdades duraderas
que tal vez sean pocas,
pero a la vida llenan.

Curaré yo tus penas,
curarás tú las mías.
Sentiremos en las venas
correr mares de alegría.

Alimentaremos cada día
el amor que construiremos.
Borraremos toda herida
y por siempre, vida mía
tú y yo nos amaremos.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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lunes, 8 de marzo de 2010

Gotas

Gotas de éter flotan en el aire
por el brillo que emana
de tu belleza que encandila,
y me pierdo en lo suave
de tus manos cercanas,
en tu tersa piel lozana,
en tus bellos ojos graves
y sus profundas pupilas.

Cuando te siento lejana,
de mis ojos emanan
lágrimas que se derraman
por mi rostro, y oscila
por las grietas de mi alma
el dolor que ella destila.

Gotas de amor pululan en el aire,
y todo alrededor se fascina
cuando airosa tú caminas.
¿Cómo podría resistirse alguien
a tu influencia mágica y Divina?

Gotas de esperanza,
de intensa ternura,
de amor empalagado
por tanta dulzura,
flotan por todos lados,
vibran en nuestro mundo,
laten vivas en el aire
en mi cuerpo y en la sangre.
Y en ínfimos segundos
el tiempo se detiene,
para confesarme esta verdad:
que la gente va y viene,
pero algunos se han quedado,
como vos, aquí a mi lado,
prometiendo eternidad
en esta dulce realidad
de estar de ti enamorado. . .

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti


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miércoles, 3 de marzo de 2010

Esperanza


Si te miro y te hallo irresistible,

hermosa, radiante, para mi perfecta.

Si tengo con vos sueños increíbles,

y digo en voz alta “ella es la correcta”,

es que el amor me pone sensible

me afecta la mente, de forma directa.


Y si ando con este miedo a cuestas,

si soñar tanto a veces me harta,

es que aprendí que no se apuesta

sin ver de antemano las cartas.


Tristezas… he tenido tantas.

Alegrías también, no puedo negarlo.

Pero el amor tanto ciega como espanta

a aquél que le teme y no sabe tomarlo.


El amor tanto otorga como arranca

cuando el terror te derrota y te estanca.

Se clava en el pecho como una estaca

dejando una herida que todo lo abarca.


El terror te hunde, te tira, te arrastra.

Se ríe en tu cara, se burla a sus anchas,

mientras todo adentro de uno se desangra

dejando en el alma una oscura mancha.


Tristezas… he tenido tantas.

Alegrías también, no puedo negarlo.

Pero el amor tanto ciega como espanta

a aquél que le teme de tanto negarlo.


Y aunque ilusionarse a veces resta

soñar con nosotros hoy me esperanza,

porque entendí que aunque hoy me cuesta

me enamoré de vos, y eso me alcanza.


Y si al mirarte mi alma apagada

al verte, hermosa, de pronto despierta,

diré con ganas que sos la correcta.

Diré con ganas, “¡la suerte esta echada!”.




Ignacio Martín Pis Diez Pelitti







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