domingo, 9 de octubre de 2011
Desencuentros
lunes, 26 de septiembre de 2011
Criaturas de Dios
domingo, 11 de septiembre de 2011
Y un día…
Y un día, encontraron la puerta que daba hacia el mundo exterior. Caminaron juntos, y al traspasar la salida, ya eran una sola alma viviendo en dos cuerpos.
domingo, 28 de agosto de 2011
Habrase visto
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti
martes, 23 de agosto de 2011
Pasaje hacia el otro lado
miércoles, 10 de agosto de 2011
Breve consejo
martes, 2 de agosto de 2011
Plegaria
miércoles, 20 de julio de 2011
Cuando estás
domingo, 29 de mayo de 2011
Instante
sábado, 21 de mayo de 2011
Y ya nada...
miércoles, 20 de abril de 2011
Ya no
Miro a través del cristal difuso de mis iras,
tus ojos desdibujados por el esmeril de los días.
Y desde tu mirada-reflejo, se asoma y me mira
La soga de la duda, de mi cuello tira,
porque el sueño más bello se volvió utopía;
trocó en espejismo, una grosera mentira,
llevándose lejos, todo lo que te quería.
Por el cristal del tiempo, tú ya no me miras.
Tus ojos huyeron de mi brutal osadía.
Eternamente el círculo de la vida, gira
sobre el eje constante de una triste ironía.
Los miedos de siempre, en mi nuca respiran,
en una punzante y extensa agonía.
Mi cuerpo se agota y mi mente delira…
y el paso del tiempo empañó la alegría.
martes, 15 de marzo de 2011
De historias y reflejos
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.javascript:void(0)
martes, 8 de marzo de 2011
Si al final
Hay una luz encendida al final
de un sinuoso y extenso camino,
extinguiéndose en la oscuridad
de un incierto y difícil Destino.
Y entre las paredes desabridas
de ese laberíntico y largo sendero,
que hoy mis lágrimas mojan,
está encerrada la mujer de mi vida,
está oprimido su corazón por el miedo.
Y aunque la duda hoy me arroja
hacia el abismo de lo perplejo,
se sabe que llegan más lejos
aquellos que de a dos caminan,
y junto a ella quiero dar mis pasos.
Y si esa luz, finalmente ilumina,
que ilumine el camino hasta sus brazos.
Ignacio M. Pis Diez Pelitti
jueves, 24 de febrero de 2011
Espesura
Las horas no se disuelven
en las aguas de la espera.
Y él, se desespera
porque el dolor lo revuelve.
¿Y si ella no vuelve?
Vivirá su vida entera
en esta angustia que lo envuelve.
Son simples las rimas,
pero es difícil ser él.
Cuando el dolor te oprima,
podrás comprender.
Ignacio M. Pis Diez Pelitti
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.
miércoles, 16 de febrero de 2011
Me pregunto y afirmo
¿Serán acaso las lágrimas que se derraman por tus mejillas, un dios sentencioso que me está llamando al silencio?
¿Serán tus palabras de dolor, con la voz temblando por el alma desgarrada, el freno fatal a mi estupidez irrefrenable?
¿Será el amor, el recinto que me refugiará en su calor, sosegando la locura sin nombre que hace tanto tiempo me agobia?
¿Serán las últimas batallas de mi Yo contra mí mismo, las que finalmente acaben por vencer, sin daño a terceros?
¿O quizás los enemigos invisibles e invencibles acabarán doblegándose ante
¿Dónde están los límites?, ¿Por qué no me detengo?
Demasiados interrogantes para una sola exclamación:
¡Basta!
Sumario de un día cualquiera
Como todos los días, el despertador sonó a las 6:30 a.m. Osvaldo siguió durmiendo hasta las 7:23 a.m.
En la esquina de avenida 7, esquina 40, hay dos semáforos que habilitan al cruce de vehículos que circulan por las dos calles que conforman la encrucijada.
Como todos los días, a las 7:25 a.m, el semáforo que habilita el paso de los vehículos que vienen por calle 40, se pone en rojo y, segundos después, se pone en verde el que habilita el paso de los vehículos que vienen por la avenida 7.
A las 7:25, Osvaldo escuchó desde la cocina de su departamento, una frenada violenta, seguida de un estrepitoso impacto de ruido metálico. Entre que caminó hasta el balcón, enrolló la persiana y salió a mirar, se hicieron las 7:27 a.m.
Desde el piso 6 pudo ver con casi inusitada claridad, la trágica escena: un automóvil, que seguramente vendría a gran velocidad por avenida 7, había quedado incrustado contra un poste de luz, situado a unos
Osvaldo dedujo que alguno de los dos autos, habría pasado con la luz del semáforo estando en rojo, y que el que venía por calle 40, al intentar esquivar al que venía por la avenida, habría impactado contra la parte trasera del mismo, y habría sido expulsado hacia la parada de colectivos; el otro habría perdido el control y, por la gran velocidad a la que vendría, había terminado en el lugar donde ahora Osvaldo lo veía incrustado.
A las 7:30 a.m., la curiosidad venció a Osvaldo, entonces se vistió y decidió bajar hasta la esquina a mirar la escena, de prisa. Al llegar, ya se hallaban en el lugar dos patrulleros policiales con sus cuatro respectivos policías, a la espera de una ambulancia, y varios vecinos curiosos merodeaban el lugar con expresión atónita en sus rostros.
A las 7:45 a.m., llegó una ambulancia al lugar del siniestro, y los enfermeros y el médico que en ella venían, se dispusieron raudamente a socorrer a los conductores de ambos vehículos. Fue justamente cuando socorrían al vehículo de la parada de colectivos, que descubrieron el cuerpo de una mujer destrozado entre los fierros del auto y los fierros retorcidos de la parada de colectivos. La mujer había fallecido en el acto, dijo el médico.
A las 6:30 a.m, ese mismo día, sonó la alarma del despertador que Esther ponía todos los días a la misma hora, desde hacía más de veinte años, para poder tomar el colectivo a tiempo, para ir a trabajar en el Ministerio. Se levantó sigilosamente para no despertar a Osvaldo, y a las 7:23 a.m. ya se hallaba esperando el colectivo en la parada de avenida 7, esquina 40.
lunes, 24 de enero de 2011
De todos los días
Carla tenía veintipico de años, trabajaba de secretaria, tenía voz dulce, sabía mentir, sonreír, hacer pucheritos, y mordía las biromes de forma sensual. Ricardo tenía cincuenta y pico de años, era un profesional responsable, respetuoso, cortés, trabajador incansable, buen padre, y estaba casado desde hacía más de veinte años con Patricia. Patricia era apenas menor que Ricardo, contadora, mujer elegante, instruida, simpática, madre ejemplar de dos hijos, y una esposa ideal. Ricardo y Patricia salían cada mañana de su casa a trabajar, cada uno a su oficina, y los chicos se iban al colegio en el transporte escolar. Patricia sabía que Carla existía y que trabajaba con Ricardo, lo celaba sutilmente, y él eludía sus embates con elogios románticos y desidia fingida hacia Carla, y aunque él se hacía mal el distraído, sabía muy bien que Patricia estaba atenta. Carla sedujo a Ricardo con los clásicos trucos de quien sólo desea trepar, y Ricardo, aun siendo el hombre inteligente que era, decidió sucumbir a los encantos de Carla, un poco por amor propio, y otro tanto por curiosidad. Años después se dio el anunciado divorcio que sigue a toda confesión, y la puesta al día con los reproches mutuamente callados por años. Ricardo alquiló un departamento diminuto y ruinoso, y Patricia y los chicos se quedaron en casa. Aun después del divorcio, Patricia siguió amándolo, por todo lo que él era. Carla estaba con él, por todo lo que él hacía o podría llegar a darle. Patricia lo entendía y lo aceptaba, tan sencilla y complejamente como se lo hace cuando se ama. Carla lo quería, pero nada más. Y aunque Patricia algunas veces sintió lástima y dolor por él, y asco hacia ella, lo respetó siempre y lo recibió en su hogar. Ricardo siguió amando por siempre a Patricia, pero estaba embobado por Carla, sintió cada tanto lástima por sí mismo, y se sintió mucha veces como un extraño en su antiguo hogar. Patricia se casó de nuevo con Alberto, un hombre bueno que la amaba, los chicos crecieron y se fueron, y muchos años después, ella envejeció y murió queriendo, pero sin amar jamás, a su segundo esposo. Ricardo murió mucho antes que Carla, jamás se casaron ni se amaron el uno al otro. Carla en seguida conoció a Alejandro, un hombre casado también, pero esta vez ella sí l o amaba en verdad. Alejandro le mintió a Carla durante años, prometiendo vanamente que dejaría a su esposa para estar sólo con ella. Diez años después, Alejandro murió, dejando otro hogar incompleto, en el que nunca se descubrió la mentira, y una amante de más cincuenta años de edad, sola, sin esposo, sin hijos, sin hogar, y que no pudo saber jamás lo que es el sano y verdadero amor.