Alejandro había salido a trabajar como todas las mañanas y Mariana, como todas las mañanas pero desde hacía unos meses, estaba en su casa con Pilar, la pequeña bebé de la joven pareja.
Recostada en el sofá del living, amamantaba a su retoño mientras hacía zapping. Detuvo la innecesariamente anglosajona acción al llegar a un canal de documentales, especial: animales del África.
Pilar seguía prendida a su pecho como si se tratara de la última cena, y no de uno de sus primeros desayunos.
Al llegar a las serpientes, Pilar ya dormía como un angelito. Mariana apartó de un manotazo a un mosquito que amenazaba con hincar su cruel aguijón en la delicada carita de la bebé, la retiró suavemente de su pecho y la colocó lentamente en el moisés. Todavía le faltaba terminar con algunas tareas del hogar.
Una vez que hubo corroborado que la bebé dormía plácidamente, colocó el mosquitero y se dispuso a doblar sobre la mesa, la ropa lavada el día anterior. Mientras plegaba la primera camisa, recordó pícaramente la noche de sexo que su marido le había prometido para esta noche, cuando en el silencio de la casa prorrumpió la exclamación: ¡Qué loco estos bichos, qué instinto que tienen…!
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