viernes, 15 de octubre de 2010

La fuerza del saber



A los que salían a caminar bajo la lluvia se los detenía preventivamente, hasta tanto el Juez especializado en el fuero dictara sentencia.
Los castigos que se les imponían a los infractores iban desde una semana de detención, hasta prisión por muchos años, e incluso se los sometía a todo tipo de prácticas inhumanas.
Para efectivizar el control existía la Policía Hidráulica, cuerpo altamente capacitado en la captura de contraventores, con competencia y jurisdicción en todo el territorio de la ciudad en todo en cuanto a materia de faltas pluviales respectara.
Los efectivos de la fuerza vestían para una mejor comisión de sus funciones, vistosos y hasta mamarrachescos trajes recubiertos con plumas de ganso y aves afines, conocidas las mismas por ser capaces de rechazar mediante un raudo deslizamiento, cualquier tipo de líquido que entrase en contacto con sus aceitosas y especiales superficies.
Los palmipediformes acechaban en garitas estratégicamente dispuestas a tal fin, o se mimetizaban de incógnito en los zaguanes de las casas, esperando agazapadamente que algún aventurero o simplemente alguna víctima de la distracción, cometiera el error o dolosamente se dispusiera a contravenir la prohibición imperativamente estatuida en el artículo 1° del “Código de Faltas Urbanas de la Ciudad de Lluviamala.”
Semejante prohibición, aparentemente absurda, debía su razón de ser a las reiteradas y frecuentes muertes que se habían sucedido en el lugar durante los días posteriores a que lloviera. Como quienes morían eran aquellos que se exponían al contacto con el agua pluvial, los lluviamalenses asociaron las muertes a la lluvia, por razones de pura y primitiva lógica.
Lluviamala era una pequeña localidad perdida en el mapa y olvidada por todos, que debía su nombre a motivos que aquí no expondré a fin de evitar obviedades. Es por estas razones, que sus pioneros dirigentes, se vieron obligados a hallar con el transcurso del tiempo, las formas adecuadas de procurarse sus propios recursos y medios de abastecimiento. Por ello decidieron utilizar las pequeñas escuelas con que la Ciudad contaba, para impartir clases comprensivas de todo tipo de artes y oficios, tales como la horticultura, la carpintería, la cocina y la cría de aves.
Tal era la necesidad de supervivencia de los lluviamalenses, que con el devenir de los años y con el paso de una generación a otra, estas artes y oficios acabaron por ser el único y primordial contenido de todos sus programas de estudio, convirtiendo a los habitantes de la comunidad en perfectos ignorantes de todo aquello que no se refiriera a los modos de autosubsistencia y a la imperativa prohibición de salir los días de lluvia.
Fue así, en esas peculiares circunstancias, que Andrés y Martín, habitantes de la Gran Ciudad de Matamitos, dieron con el lugar un día que se extraviaron con su auto, al confundir el camino y dar fortuitamente con la estrecha senda rural que conducía a LLuviamala. Para colmo de males, el auto se había averiado por algún indescifrable y humeante desperfecto.
Andrés y Martín, médico e ingeniero respectivamente, creyeron en un primer momento encontrarse en una colonia de Menonitas, o simple y llanamente de imbéciles o demás cosas por el estilo.
El Alcalde lluviamalense los recibió temerosa pero amablemente, y les explicó brevemente la historia del lugar, y fue así que los dos hombres de la Gran Ciudad se enteraron del infundado temor que sentían hacia la lluvia aquellos ingenuos hombres.
La reparación del vehículo era imposible, nadie sabía de mecánica en aquel lugar. Andrés se comunicó con su teléfono celular con un mecánico de la Gran Ciudad que garantizó enviar un móvil de auxilio al día siguiente.
A nuestros semisabios les llevó el resto del día y toda la noche, impartir sus conocimientos a los habitantes de LLuviamala, pero finalmente lograron hacerles comprender que aquellas muertes se debían a la falta de recaudos y medicamentos que existen para prevenir y paliar los síntomas que la exposición a toda lluvia -la de cualquier lugar del mundo-, suele producir si tales medidas no son aplicadas.
Finalmente la grúa llegó en la tarde siguiente, y Andrés y Martín fueron auxiliados. El pueblo entero se acercó a despedirlos y no paraban de agradecerles el haber compartido sus conocimientos.
Los lluviamalenses les prometieron abrigarse, procurar mantener sus ropas secas, y tomar bebidas calientes y permanecer en reposo si llegaban a notar los síntomas tan bien explicados por los doctos hombres de la Gran Ciudad.
La Policía Hidráulica fue disuelta por Ordenanza Municipal, y en LLuviamala nunca más murió nadie a causa de la lluvia.
Desde aquel día nunca más llovió, las huertas se echaron a perder y en menos de un año, los lluviamalenses perecieron uno a uno a causa de la sed y del hambre.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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