miércoles, 29 de julio de 2009

Contradicciones


La absurdidad del abismo que separa al irracional deseo de querer vivir para siempre, frente al agudo temor que nos empuja a desear nuestra propia muerte cuando nos hallamos frente al propio dolor.
La intensa voluntad que, desde la Razón, nos tienta a desear ser ignorantes para no comprender tantas cosas a las que tememos, frente al profundo pánico universal que sufre aquel que todo lo ignora.
El regocijo espiritual que significa ayudar al prójimo o meramente conmiserarnos con él, frente a la satisfacción del ego que ello provoca en nosotros y el instinto de supervivencia y autoconservación.
Las virtudes del ser amado que eclipsan sus defectos cuando nos enamoramos, frente al odio hacia sus defectos que aniquila sus virtudes cuando el amor se muere, exactamente en el mismo punto donde nacen el odio y el rencor hacia él.
La engañosa convicción de la conciencia que nos dice “mañana empezaré una nueva vida”, frente al abúlico temor de perder lo poco que hemos conseguido, llevándonos a aferrarnos tesonera e inexorablemente a la vida que tenemos a regañadientes.
Y más concretamente:
El hambre en el mundo contrastando conmigo frente a una moderna PC que me informa de ello por Internet; la gloria de las figurillas estelares de rápido intercambio, ante el olvido de los grandes hombres y mujeres que aportaron y aportan su sabiduría y esfuerzos a la Humanidad; las “guerras pacificadoras” (¡!); la nafta sin plomo, pero el agua de los indefensos conteniendo metales pesados y elementos tóxicos a causa de que las empresas petroquímicas vierten sus desechos y polucionan también el aire; las viviendas sociales y los barrios privados llenos de gente que esquiva las villas miseria y pisotea la inocencia de los indefensos; el automóvil importado y el chiquito que limpia sus vidrios; la medicina prepaga y los pobres muriendo -con suerte- en las salas de espera de algún ruinoso hospital público; los salvatajes económicos y el pequeño comerciante quebrado; los grandes banquetes y el raquitismo de los niños y hombres africanos muriendo enfermos e inanes, recibiendo las limosnas de Organizaciones inútiles y perversas; la pobreza criminalizada por un sistema deslucido que ampara y contiene cómplicemente a los “ladrones de guante blanco”; aviones arrojando comida sobre las ruinas de naciones cuyas dignidades han sido devastadas, mientras los diplomáticos viajan en charter, y sus lujosos automóviles los llevan a los suntuosos hoteles en que se hospedan para fingir que se ocupan; la autopista que conduce a la bella ciudad turística y los trabajadores y hombres de bien esquivando pozos en las calles de sus humildes barrios, si es que tienen la fortuna de no estar aislados de todo o anegados; la Policía delinquiendo, el clientelismo político y los jueces corrompiéndose.
Todas contradicciones que se traducen en mentiras y salen a la luz mediante el contraste que producen sus evidentemente ilógicas y opuestas naturalezas. Y la satisfacción que hallo porque aliviano la carga que pesa sobre mi Ego, al vomitar verdades que no intento impedir, junto a la decisión de no continuar escribiendo esta lista porque sería infinita y no tendría sentido intentar completarla.
La infructuosa intención testaruda de volcar en un texto estas contradicciones, para que al revisarlo queden todas ellas grabadas para siempre en mi conciencia, y ahora me sienta peor que antes de hacerlo, frente a la aguda y angustiante impotencia de comprender que mis prójimos ,y yo mismo, somos víctimas y muchas veces también, mutuos victimarios de nosotros mismos. Y ahora me siento mejor.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.

martes, 28 de julio de 2009

Si hay luz


Si hay luz
caminaré hacia ella.
Seré cuerpo que se deja
llevar.
Si hay luz.

Y si encandila
encontraré la fuerza.
Seré alma que se deja
alcanzar
por esa luz intensa.

Pero si quema,
si su resplandor me ciega,
escaparé,
y mis creencias
serán refugio en mi ausencia
total.

Si su calor me incendia
prefiero la oscuridad.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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domingo, 26 de julio de 2009

El muro


Coloco otro ladrillo en el muro simbólico que representa a las etapas de mi vida en la abstracción de mi mente. Un símbolo al que cargo de sentido apoyándolo en otro símbolo que parece ya haberse vuelto demasiado tambaleante y absurdo. Desde la imaginación, pero con vívidos sentimientos, comprendo que las extensas dimensiones alcanzadas por él, bloquean ya mi visión, y me percato de que he acabado por crear mi propia prisión. En un ángulo del muro un graffiti reza con sarcasmo: “La vida está del otro lado”. Estas palabras se graban a fuego en mis retinas y su ardor hace nacer en mí el impulso. Intento escalarlo desesperadamente, pero el cemento de las uniones (que está hecho de ilusión) se desgrana con cada aguerrido intento que efectúo.
Escucho a mis espaldas un ruido incesante y aturdidor como el de mil campanas repicando al unísono: un campanario, de una iglesia, tal vez, descubro, y me dirijo hacia allí, a pesar de la categórica negativa que ejercen mis tímpanos en mi sistema nervioso, oprimiendo con poderosa fuerza sobre los anquilosados músculos de mi desvaído cuerpo.
-Si alguna vez tenías que creer en algo, este es el momento-, me digo, y con una mano abúlica y descreída me persigno torpemente. Realizo el anhelado pedido y digo amén entre dientes. Entonces el muro comienza a ceder desde su centro mismo, abriéndose en él una grieta cuyo diámetro apenas alcanza para permitirme escapar. Cruzo. Al estar ya del otro lado comienzo a escuchar nuevamente el ensordecedor ruido de las campanas, sirenas, rumores citadinos, domésticos ladridos, bocinas, motores… Me despierto.
El dormitorio está desolado y hace frío, el televisor se ha encendido en automático y en el noticiero dan noticias trágicas, noticias tristes o simplemente triviales que se transmiten también en automático, como por mero entretenimiento. Trivial y triste divertimento. Atroz.
Desde el refugio de mis desproporcionadas cobijas, imagino a la gente allá afuera, construyendo sus vidas con el cemento que fabrican en sus mentes, con una mezcla endeble de ilusión y otros sentimientos quizás más firmes y resistentes. Los veo también desmoronarse en sus muros, como hace instantes me vi a mí mismo haciéndolo, pero perpetuamente encerrados y sin lograr escaparse. Perpetuos prisioneros de sí mismos.
El infernal aparato continúa emitiendo, y detrás de las palabras parece colarse un subliminal y constante mensaje: “La vida está del otro lado”. Entonces comprendo el consejo y decido dejarme llevar… y vuelvo a dormirme.



Ignacio martín Pis Diez Pelitti




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miércoles, 22 de julio de 2009

Hábitat






Habito en un lugar donde la tristeza se ha vuelto mi hábitat. ¿Has visto al dolor convertirse en hábito, a la angustia como un estado habitual? Angustia que parece no tener causa, dolor virtual, hábito de causarse dolor. Tristeza ritual.
El miedo crece y la integridad perece en un rito que aturdiéndome a gritos se logra situar en mi alma. Sentir sin pausa el dolor de haber estado vuelto hacia un lugar donde uno mismo es la causa. Volver sin calma. Revolver sin certezas en esa aspereza con las palmas heridas en el magma de la vida. Resolver estar triste por la pereza de vivir.
Habito un infierno de inviernos eternos, que con golpes certeros me consumen entero. Todo se consume y nada se consuma. La suma final se resume, se anula a sí misma en la ecuación, se sume en la nada total y me anuda. Entonces reanudo la misión de asumir la verdad con total sumisión. ¿Asumir por pura ficción o muda aflicción?, tal vez sea una forma bruta de evasión. Encontré una nueva forma de evadir la fricción sintiendo afición a afligirme, autoinfligiéndome dolor. Infracción de sentimientos. Inacción, desistimiento.
Habito en un lugar donde la tristeza se ha vuelto mi hábitat. Y me consumo desenvolviéndome en él. Gritando de angustia alzo mi alma para volver a situarla en la vida. La disolución en la locura es la solución que todo lo cura y resuelve habitualmente al dolor.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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Historia antigua


Cuenta una antigua y hasta ahora inédita historia, que en un lugar muy remoto situado en un mundo cuyo nombre ya no recuerdo, llegó un momento en que entre los hombres reinaban el odio, el mal y la desigualdad a tal punto que llegó a ser muy difícil diferenciar para ellos mismos, entre lo bueno y lo malo.
Nos relata también esta historia (aun no sé si llamarla cuento o relato), que en aquel lugar, existió un Dios que quiso darles a esos hombres una enseñanza de Fe, con el objeto de poner fin a tan calamitosa y generalizada situación.
Como todo Dios, su presencia estaba en todas las cosas, pero frente a los ojos de los hombres comunes, le era imposible hacerse visible frente a ellos. Fue así que decidió hacerse carne, utilizando como materialización de su existencia al ser más concreto y que más evidentemente pudiera ser percibido por los hombres comunes: otro hombre. O mejor dicho: un semidiós con aspecto de hombre, hijo aparente de una inmaculada madre y un padre carpintero.
A éste hombre, Él, lo llamó su Hijo y le encomendó como misión acabar con el mal, el odio, y la desigualdad imperantes en aquel lugar, pidiéndole que propagara e inculcara para ello, los valores y beneficios del bien, del amor y la igualdad, por medio de su palabra y su prédica.
El Hijo, obediente, recorrió y caminó durante años hasta cada recóndito lugar de ese remoto mundo, cumpliendo la misión encomendada por su Padre. Pero su misión no fue tan satisfactoria ni sencilla: el mal y el odio estaban tan fuertemente enraizados en algunos de esos hombres, que en seguida el semidiós encontró obstáculos a su tan noble tarea.
Aquél lugar se dividió entonces entre quienes creían y comprendían la palabra del Dios hecho carne en el Hijo, y los hombres más escépticos que potenciaron su odio redirigiéndolo hacia nuestro tan noble y puro protagonista. Los unos, proclamaban la Fe en el amor y la bondad, los otros, reclamaban la sangre del deífico profeta.
Era práctica común por aquél entonces y en ese lugar, asesinar sin piedad a todo aquél que pensara distinto a quienes detentaban el poder, y desafortunadamente para los hombres de Fe y para nuestro protagonista, el poder se hallaba en manos de los hombres escépticos.
El Hijo fue entonces perseguido sin tregua por los poderosos, quienes lograron finalmente capturarlo y asesinarlo pública y cruelmente. Absorto ante el espantoso espectáculo de ver la sangre de su Creación vertida, el Padre le dio a su Hijo, la Gracia de la resurrección, para así, por medio de tan notoria revelación, disipar las dudas que pudieran quedarles a estos nefastos asesinos.
Al ver esto, y ante la evidencia de los hechos, los hombres malos se hallaron constreñidos a tener que admitir –falsamente, porque no lo creían- frente a los hombres buenos, el craso error que habían cometido, disfrazando su escepticismo con una falsa Fe, y lograron conformar así, a las masas enardecidas que consternadas clamaban por los valores que su hermano el semidiós les había enseñado. De este modo la Fe en el amor, en la igualdad y en la bondad se volvió mera hipocresía y deleznable mentira, y los hombres malos se adueñaron de la prédica del Dios hecho Carne, con el fin de sostenerse en el poder.
La historia culmina (y es en este punto donde me pongo escéptico), contándonos que aquél mundo sigue hasta el presente, gobernado por los escépticos y que éstos siguen siendo los detentadores del poder. Que el amor y la bondad son patrimonio de la buena gente y el odio y la maldad el de los poderosos. Que los poderosos han hecho construir con las manos y el sufrimiento de los hombres bondadosos, colosales y ostentosos edificios para adorar a un Dios en que ellos mismos no creen. Que así éstos logran “tener a la fiera amansada” y que en vez de conducir a sus pueblos hacia el bienestar, los conducen a la miseria y la desigualdad amparándose en las falsas prédicas que ellos mismos propugnan, y en la atrocidad de una falsa Fe. Que bajo la máscara de una gran mentira, sustentada sobre falsas leyes y falsas instituciones, pergeñan tras tan odiosa fachada, oscuros planes para autosatisfacer sus deseos de ambición y codicia, haciéndoles creer a los buenos hombres que obran en favor de ellos. Y que a pesar de que han pasado siglos de la llegada a dicho lugar y de la muerte del protagonista de nuestra historia, las mentiras predicadas por estos deleznables seres son, en apariencia, idénticas a las consignas y valores que antaño predicara nuestro Hijo- hermano- semidiós.


N. del E:
Dejo a los lectores la elección de creer en esta historia o manifestarse escépticos ante ella. Amén.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti












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miércoles, 1 de julio de 2009

Antes era como soy ahora que soy como era antes




Cuando era pequeño tenía la costumbre de pensar y actuar como un hombre grande respecto de muchas cosas, tal vez por mis compañías siempre adultas, tal vez porque viví y sentí ciertas verdades antes de tiempo, o tal vez porque sí.
Ahora que soy más grande, tengo la costumbre de pensar y actuar como un niño respecto de demasiadas cosas, tal vez por mis compañías infantiles, tal vez porque hay ciertas verdades que debiera conocer o sentir que aun no las he vivido o sentido, o tal vez porque sí. O quizás porque no.
Necesito satisfacer mis incoherentes deseos. Sí, puede ser berrinche, pataleo, si te gusta. Soy así. ¿Y qué?, ¿acaso no puedo?. Yo quiero ser así. Quiero. ¡Ahora!. ¡Ufa, malo!


A mí mismo...
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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