viernes, 30 de octubre de 2009

Algunas líneas


Decirse a uno mismo “debo seguir adelante”, y continuar avanzando…girar en círculos, o simplemente estancarse en un punto sin tener jamás la certeza de si nos pasamos de largo o si dejamos atrás lo que de veras importaba. Con la moral de doble mano, el espejo retrovisor del corazón empañado y toneladas de futuro encandilándonos de frente.
Lo que nos toca en suerte son este triste paisaje y este camino recto de líneas sin dimensiones que caen cerca nuestro sin tocarnos jamás, sin afectarnos, sin percatarnos de que ellas existen, o sin que ello llegara a importarnos en algún modo.
Nos toca en suerte pero no nos toca. Viajamos en contradicción porque es su falta de puntería certera lo que nos afecta. Nos afecta que no nos afecte, nos importa que no nos importe, y estamos ahí expectantes, anhelando un resultado que rompa el espacio que nos envuelve. Que caiga sobre nuestro camino algo que sacuda su monotonía y la propague en millones de policrómaticos trazos que dibujen para nosotros otra realidad, quizás más bella.
Y en cada descanso del viaje nos toca esperar. Esperar que nos toque la suerte algún día de encontrar la línea contundente que trace el camino hacia un nuevo despertar que logre descartar nuestros sueños obsoletos. Pero las líneas que caen no suelen tocarnos ni nos afectan, y nos afecta saber que nada importa...Y seguimos esperando.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.

lunes, 26 de octubre de 2009

Refranero II


No logramos encontrarnos ni siquiera buscándonos. Soñar nos costó caro, y los sueños terminaron siendo pesadillas. Fuimos ricos pero pocos, y nuestra billetera se suicidó ante el más feo el día que la nieta se quedó estéril. El oro se oxidó junto al plomo reluciente. Dejamos correr el agua que no bebimos, y bebimos del agua que juramos no beber. Escupimos al piso y nos manchamos los zapatos. Fuimos huérfanos y nos mordió un perro sin cuerdas vocales. Le disparamos a un pájaro con ametralladora pero le atinamos al nido. Cerramos la boca después de tragarnos las moscas. No hicimos nada pero pagamos por ello. En la inmensa ciudad vivimos nuestro pequeño infierno y el corazón se nos hizo diminuto en un tres ambientes. El capitán consiguió mujer en un puerto, y abandonó la nave, delegándole su mando a un inepto marinero. Nadamos a favor de la corriente y morimos con anzuelos clavados en la aleta. Medimos cada cosa con varas diferentes y fuimos profetas en nuestra propia tierra, justo cuando la nobleza incumplió el contrato y se las tomó con la plata. Compramos leche fortificada sin derramar ni una sola lágrima y fuimos giles afanosamente. Nos fuimos por la tangente y nos perdimos en la bisectriz. Nos quedamos con la música en casa y bailé con la más hermosa, pero la fiera aturdida se exaltó y nos quitó lo bailado. Fuimos despacio y llegamos hasta ahí nomás. Fuimos súbditos ciegos en el país de los linces. Un chancho chiflaba Vivaldi ante el asombro de un sapo del mismo pozo que, absorto, pestañeaba el mismo día que la araña sufrió trastorno de múltiples personalidades y se puso a perseguir mariposas que no pensaban en otra cosa. Con la dentadura intacta y la panza contenta, Dios nos dio pan de ayer y nos vació el corazón. Estuvimos mal estando solos, pero peor acompañados. No logramos ni con maña lo que fuerzas requería. Nos reímos primeros y desafinados ante el degollado, y morimos atragantados por la risa. Dejamos para nunca lo que no pudimos hacer jamás… ¿quién nos ha visto, si ya nadie nos ve?
Nos sentimos como Pedro en casa ajena, y nos ahogamos en una taza vacía. Taza, taza: cada cual para su casa.




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jueves, 15 de octubre de 2009

Podría



Podría decirte que vivir sin ti no puedo,
que si aquí no estás no es nada mi vida.
Pero ambos sabemos que eso es mentira,
que sigo adelante y que aun no me muero.
Podría prometerte un pedazo de cielo,
o jurar que por ti bajaría la luna.
Pero sabes que me aterran las alturas
y que a volar le tengo miedo.
Podría escribirte, buscarte, llamarte algún día.
Intentar convencerte que intentemos de nuevo.
Llorar locamente, suplicar de rodillas,
besarte en los labios y arrepentirme luego.
Podría jurar que te amaré por mil años,
que si hiciera falta te daría mi vida,
porque amores así jamás se olvidan,
o que no volvería a hacerte daño.
Pero no haré nada, porque sólo quería
que sepas, hermosa, que a veces te extraño…


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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sábado, 10 de octubre de 2009

Refranero (sujeto a correcciones y ampliaciones)


Me diste un buen puerto lleno de leña, y yo en esa época usaba estufa a gas y no tenía parrilla. Fuiste mil veces a la fuente con un cántaro de Tupper, mientras que yo lloraba ante la leche aun no derramada. Me dijiste que andabas conmigo, pero yo mismo no sabía ni quién era. Dijiste pocas palabras pero siempre fui mal entendedor. Cambiamos ojo por pierna, y dos cuerpos enteros por un corazón destrozado. Nos vencimos en la segunda sin llegar a la tercera, y tuvimos dos sin tres, pero casi dos y media. Escuché con oídos necios tus mudos silencios, pero no tuve la sabiduría de ser a veces sordo. Nos levantábamos tarde cuando amanecía muy temprano, y Dios nos madrugó cuando intentamos ayudarnos. Vimos con el corazón y no sentimos con los ojos. Un pájaro se fue volando solo cuando se nos murieron los cien que quisimos retener en nuestras manos. Quisimos celeste y nos costó un presente negro y la carencia de miles de noches blancas. Fuimos pingos en la cancha enceguecidos por las anteojeras. Nos dormimos como niños y amanecimos empapados. Fuimos bueyes solitarios con ampollas en la lengua, y el día en que más pensamos el mono se vistió de seda, se convirtió gratuitamente en bailarín y se puso a hacer bonsáis con su navaja. El tigre se acomplejó porque la vejez le impuso una mancha más. Apretamos poco y abarcamos mucho, fajados sobre las costillas. Llenamos el camino al Cielo de malas intenciones y supimos más por diablos que por viejos. Pusimos mala cara al buen tiempo, pero nos llovió siempre que paró. Hicimos el mal sin mirar a quién. Hiciste siempre lo que yo hacía pero no lo que te decía. Y aunque bajo el sol todo era nuevo, reímos últimos y peor que nadie, y eso que alguna vez habíamos sido los primeros. El tiempo no pudo decirnos nada y confundimos la enfermedad con la cura. Colocamos diéresis en cada consonante y le amputamos las piernas a la verdad. No le miramos los dientes al caballo que pagamos caro, y Dios le dio migajas al pingo desdentado. Averiguamos mucho más que Dios y no nos perdonamos… Sólo los males nos vinieron bien.
Después de todo (o antes que nada), si dicen que peor es nada, es porque mejor es todo, y todo es mejor ahora. Aunque mi casa sea de palo y mi cuchillo de herrero y me sienta como un zapatero con los guantes rotos.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti










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domingo, 4 de octubre de 2009

Si algún día puedo

Volá otro poco más que yo más adelante si puedo te alcanzo y bajamos juntos a la tierra. Pero a la tierra y no al infierno que hemos habitado. No seas como el Ícaro que se muera con el sol radiante de mi rabia. No derritas tus alas de amor y cera en la hoguera de mis iras. No intentes comprenderme aunque yo te lo exija, si yo sólo entendí siempre que te amo cuando sos lo que espero, pero me odio cuando no sos lo que quiero. Y si te extraño cuando siento que me muero, alejate más todavía, porque permanecer a mi lado sólo te corta las alas, la respiración, y te deja sin vida. Si te opaco, pero no por mi brillo, sino porque mi mente oscura calcina con su llama autoritaria, entonce volá, volá bien lejos de mí, que si algún día puedo te alcanzo y bajamos juntos a la tierra de nuevo. Lejos de todo infierno.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti







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