
martes, 15 de marzo de 2011
De historias y reflejos

domingo, 26 de diciembre de 2010
Voy

viernes, 15 de octubre de 2010
La fuerza del saber

sábado, 18 de septiembre de 2010
Inescindiblemente

domingo, 29 de agosto de 2010
A ellas...
En este mañana que vivo todavía como un hoy, los autos rozan el asfalto allá afuera en el balcón, y en cada rincón de la avenida, agazapadas en los laberínticos pasillos de universos paralelos, reposan conspirando a favor de las letras, las hermosas e infalibles musas de todos los ayeres y de todos los mañanas.
viernes, 18 de junio de 2010
Carta a un amigo

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jueves, 3 de junio de 2010
Lo que el río trajo
La noche caía a nuestras espaldas sobre la ciudad, y la ciudad aplastaba el sueño de la gente con su silencio de reposada vorágine. El viento frío azotaba nuestros rostros, cuarteándonos la piel, mientras perdidos en la mente caminábamos a orillas del río más ancho del mundo, compartiendo así nuestro amor que era el más grande del mundo a esa hora y en ese lugar.
Algunos pájaros picoteaban sobre la arena las sobras asquerosas que los paseantes del día anterior no se habían molestado en recoger. El trinar incesante de características buítricas, sumaba algo de mística y terror a la noche, pero no llegaba a romper aquel cuadro de romanticismo, en que dos sombras caminando juntas tomadas de la mano en la eterna inmensidad de la noche fría, iban ganando y mereciendo el protagonismo que tenían.
Tomaste un guijarro del suelo (una piedra del piso), y la arrojaste hacia el agua para que hiciera patito (o sapito, si es que los sapos pudieran tener la destreza de dar saltos sobre el agua): cuatro piques y el sumergimiento repentino. Copié tu accionar: sólo dos piques. Nunca pude ganarte en nada. Tal vez estuvimos por horas compitiendo, tal vez las piedritas de la playa se habían acabado para cuando terminamos de jugar. Lo cierto es que el paso del tiempo nos sorprendió encandilándonos con la mortecina claridad de un incipiente amanecer.
El maravilloso paisaje que se dibujó ante nuestros ojos, recordaba tal vez a una postal retocada, donde la mugre y lo grotesco del descuido humano no se notan y cualquier espantoso paisaje del mundo se nos muestra como hermoso.
Me dijiste “te corro una carrera hasta aquel pajonal”, y como dos niños que se dejan llevar, emprendimos un torpe correteo a través de la playa, y otra vez mi derrota se hizo un lugar en el ranking de juegos perdidos. Nos dejamos caer exhaustos sobre la arena y nos tomamos de la mano. Nos besamos por un rato y nos quedamos dormidos, drogados por el sopor de un profundo cansancio.
Horas después me despertó el escozor de un junco clavado en las costillas. Abrí los ojos y el resplandor del sol incidiendo directamente sobre mis ojos me encandiló fuertemente. Algunos segundos después logré enfocar la vista. Una pequeña multitud de gente nos rodeaba y nos miraba con muecas oscilantes entre el asombro y la estupidez. Noté que seguías dormida a mi lado.
Surgió de entre la gente un hombre vestido con ambo blanco, y arrodillándose junto a vos, te tomó el pulso en el cuello y la muñeca izquierda Se acercó al primer hombre, otro vestido con uniforme policial. A espaldas de ellos, sobre la calzada de la costanera, una ambulancia alumbraba alternadamente la escena con sus faros giratorios.
Dos señoras compungidas me preguntaron si estaba bien, si necesitaba algo. Les dije que no, que nos habíamos quedado dormidos, que no entendía qué estaba pasando.
“Esta chica lleva dos o tres días fallecida”, dijo el presunto médico; “Señor, va a tener que acompañarme a la comisaría, tiene que dar algunas explicaciones”, dijo el comprobado policía.

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miércoles, 24 de marzo de 2010
Réquiem
domingo, 7 de febrero de 2010
Refranero III

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martes, 19 de enero de 2010
La campanita

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martes, 24 de noviembre de 2009
Vademécum

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jueves, 12 de noviembre de 2009
He descubierto
He descubierto que a veces las buenas ideas se asemejan a las moscas: cuando las tenés a punto se te escapan, y cuando lográs retenerlas es porque ya están muertas.
Esta hoja seguiría en blanco si no fuera porque el irrefrenable impulso de necesitar escribir algo, no sé qué cosa, pero algo para intentar aquietar esta intensa sensación de vacío que me desborda, me ha puesto ahora frente a la computadora con el fin de matar el tiempo por un rato (aunque si al tiempo no empleado útilmente se lo llama tiempo muerto, la expresión matar el tiempo debiera ser suplida por una expresión más lógica, algo así como darle vida o revivir al tiempo).
Un incesante tictac -anacrónico para la actual Era de lo digital- marca el ritmo de mi escritura, y aunque si bien no hay relojes cerca, el tiempo corre igualmente y lo que escucho es su transcurso marcado por mi pulso. El tiempo es la ficción más aberrante creada por el Hombre, y a su vez su más real conciencia de comprender que todo muere algún día.
Inevitablemente no logro escribir nada que me agrade. Evidentemente no estoy inspirado y hoy no soy una buena versión de mí mismo. A menudo me descubro lejos de mi propia versión ideal y me consumo, como esta hoja, en un mero ensayo.
Como la mosca que no llega a escaparse, estas palabras que aquí escribí no levantarán vuelo jamás y no son más que letra muerta, aplastadas por la mano gigantesca de la desinspiración. Pero tal vez, con suerte, logren llegar a ser, al menos, inspiradoras para alguien.

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jueves, 5 de noviembre de 2009
Otras vidas

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viernes, 30 de octubre de 2009
Algunas líneas

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lunes, 26 de octubre de 2009
Refranero II

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sábado, 10 de octubre de 2009
Refranero (sujeto a correcciones y ampliaciones)

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domingo, 4 de octubre de 2009
Si algún día puedo
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti

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miércoles, 23 de septiembre de 2009
Los reptantes

El agravio patente que los tiempos enrostraron sobre las simuladas inocencias, arrastró consigo a la poca integridad moral que quedaba viva.
Bajo los escombros musgo creció, y los gusanos ganaron el espacio de la tierra fértil, fagocitando de ella los restos de un pasado lleno de bella vida.
La mentira fue el hogar de los suplentes parásitos y creció por doquier la mala hierba tapando con sus tupidas ramificaciones a la luz de la esperanza.
Ahogados, oprimidos, los pocos sobrevivientes que antes fueran los gregarios seres de una ahora comunidad extinta, se fueron refugiando en las improvisadas guaridas que la urgencia les demandó. Chozas diminutas, de barro, de conchilla, vestigios de la desaparecida civilización sirvieron de desesperado cobijo. Cualquier refugio era bueno antes que perecer a la intemperie devorados por los insectos.
Construyeron un nuevo mundo al amparo del recuerdo de un pasado que no volvería. La añoranza devino en sueños, y los sueños en utopía. Todo estaba perdido, las sombras eran ahora su hábitat, y vigilar los intersticios de los refugios para protegerse del enemigo hostil, sería la razón justificativa para seguir viviendo. Vivir para no morir, y no morir para estar atentos.
Algunos birlaron la vigilancia de los gusanos y lograron escapar, pero no se supo más de ellos. Otros fueron devorados en el intento.
Los gusanos fueron adquiriendo formas de organización social superiores, con la correlativa y simultánea involución de los oprimidos. Pero no todos se embrutecieron, sino que de entre los propios refugiados fueron surgiendo mentes que supieron aprender del enemigo. Émulos de las prácticas parasíticas, fueron aprendiendo el arte de arrastrarse y alimentarse a costa de los otros, y lograron así mimetizarse entre ellos.
Pasaron varias generaciones de instalarse entre las filas enemigas, de mezclarse en el mestizaje espantoso de los anélidos, platelmintos, nematodos, acantocéfalas, nematomorfas y sipuncúlidos. Las larvas se multiplicaron infinitamente en una estratégica y orgiástica promiscuidad usada como maniobra distractiva y de paulatino debilitamiento de las filas enemigas. Y una vez confiado el enemigo y satisfecho el ego del heterótrofo monarca, cuando ya todo era putrefacción pestilente, los infiltrados dieron el golpe final y arrasaron con las vidas de los opresores en sólo diez noches de vermicidio* masivo. Las tropas infiltradas tomaron el mando, volvió la tierra fértil, la utopía devino en sueños, y los sueños en esperanzas de cambiar la realidad.
Pero tantos años entre los gusanos habían dejado su reptante huella en la idiosincrasia de los revolucionarios…Cuando bajo la simulación de una resurgente democracia alcanzaron los puestos de mando y liderazgo, su naturaleza parasitaria tan bien aprendida y asimilada ya en su propia sangre, fue más fuerte que la causa inicial que los había impulsado. Arrastrándose sobre las cabezas de sus esperanzados pares, aplicaron despiadada y sistemáticamente como forma para su propia subsistencia, la de alimentarse de los otros. Pero esta vez, la presa fueron sus propios hermanos.
Ignacio Martín Pis Diez Pelitti

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