viernes, 18 de junio de 2010

Carta a un amigo

Querido amigo Franco:
No le cuentes nada a Mariana. No le digas nada, ella ya tuvo suficiente. Pensar que al principio todo estuvo tan tranquilo, todo fue tan lindo hasta que vinieron a embarrarnos la cancha los fantasmas del pasado…
Al principio fueron sólo mensajes de texto, después empezaron las llamadas telefónicas en horarios y tono inapropiados, más tarde comenzaron los acechos...
El tipo la esperaba a la salida del trabajo y la amenazaba, le hacía escenas de celos, hasta me contó que una vez llegó a zamarrearla del brazo. Con cada encuentro, el tipo iba poniéndose cada vez más violento. Cuando me contó todo esto juré encontrarlo para cagarlo bien a trompadas, pero ella me frenó, me pidió que no lo hiciera, que tuviera paciencia, me prometió que ya se le iba a pasar, que pronto todo iba a estar bien y que íbamos a poder ser felices…
El tipo no entendía que Mariana ya no le pertenecía (que nunca le perteneció porque las personas no son de nadie), que era en mis brazos donde ahora ella elegía estar, que era yo su hombre, su amor, y que él ya era parte de su historia pasada y que entonces tenía que seguir adelante, conseguirse otra mujer, vivir para, y pensar en otra mujer, y no en la que había perdido por sus errores y engaños, porque ella ya estaba conmigo y no con él…
Le hice caso a Mariana, sabés que por amor uno a veces prefiere contenerse, amansarse, no tomar decisiones abruptas que puedan poner en riesgo la estabilidad de la pareja. Soporté así unos meses, anhelando que el tipo se dejara de joder. Hasta pensé en hablar con él, con eso te digo todo, presentarle a alguna amiga mía…, qué se yo, me estaba volviendo loco, quería hacer cualquier cosa para que se alejara de Mariana, para que se alejara de nosotros, aunque a veces se me ocurría cada idiotez…
Decidí seguir esperando, pero pasaron varios meses más y nada cambiaba. Los encuentros sorpresivos y los constantes acosos del tipo a Mariana eran cada vez más frecuentes, y paulatinamente mi fatal sentimiento de angustia se iba convirtiendo en una brutal paranoia, una enquistada enfermedad que me hizo perder finalmente toda la cordura. ..
Llegó un momento en que los acosos cesaron, o al menos eso me dijo ella. Pero mi odio ya madurado hacia el enemigo no cesó, algo se había resentido en lo más hondo de mi ser. Entonces averigüé dónde vivía y fui a su encuentro. Lo agarré saliendo de su casa una mañana.
El arma me la consiguió un conocido, era una pistola con la numeración limada y algunas balas en el cargador. Lo empujé para adentro de un pasillo de la cuadra. Creo que llegó a argumentar alguna defensa, sinceramente no alcancé a escucharlo, no quería escucharlo… Creo también que descargué el arma completa sobre el cuerpo del infeliz, no recuerdo los detalles, estaba realmente enfurecido…
Cuando recuperé la calma me encontraba agazapado en el piso contra la pared del pasillo y la cabeza entre las rodillas. Un policía me levantó del brazo y acto seguido me colocó un juego de esposas en las muñecas, por la espalda. Lo que haya pasado después es aún más confuso…
No limpié las huellas del arma, ni borré pisadas, ni arrojé la pistola al río, ni me guardé unos días en casa, ni hice nada de lo que había planeado. La mezcla entre estupor y morboso placer que me atravesaban en ese momento dieron por tierra con todo el plan, porque tenía un plan, lo tenía…
Dentro de quince minutos apagan las luces del pabellón y la cárcel se vuelve literalmente una tumba. Qué bueno es en estos momentos de desasosiego saber que cuento con un amigo, con un confidente como vos. Siempre aprecié la gran lealtad que demostraste en todo momento de saber guardar y compartir secretos. Te dejo todo lo que encuentres en mi cuartucho de la pensión, es poco y nada, pero es todo lo que tengo y a nadie más se lo daría, mi gran amigo. Acá en el calabozo tengo sábanas, una mesita y una silla, también cuelga del techo un foco a suficiente altura…
No le cuentes nada a Mariana, ella ya tuvo suficiente…Pero si la ves cuando vuelva de Europa, quiero que le digas que la amo y que la amé siempre, que la extraño mucho, que voy a estar pensando en ella hasta el segundo final, y que si me mato es porque no quiero vivir sin ella, ni que ella pierda su vida viviendo al lado de un asesino. Gracias, Franquito. Un fuerte abrazo.
Esteban


Ignacio M. Pis Diez Pelitti




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