martes, 17 de julio de 2012

Cántaros

Con las copas llenas
del sostén, que es
soporte y también
recipiente del Néctar
Elemental de la Vida y el Ser.

Se prende el niño
a tus pechos por instinto,
y con igual pero distinto
amor de ti hacia él,
guardas en tu corpiño
el dulce alimento y el cariño
de la leche que es la miel
que llena su boca.
Mismos senos que tal vez,
algunos amores tocan
cuando los convidas al placer.

Llenas sus copas
y jamás importa
si encaje, armado,
push- up o brassier.
Fetiche inveterado,
elemento que transporta
las miradas todas,
fantasías, modas,
y tu esencia de mujer.



Ignacio M. Pis Diez Pelitti


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Zaguán


El zaguán como antesala. El zaguán que nos recibe y nos despide ambiguamente. Polivalente. Ahí donde nacen amores y mueren a veces los sueños de casa grande de familias enteras. Donde el beso furtivo es interrumpido por una intermitente luz censora y delatora. Quizás zaguán de concepción, o zaguán hogar de los sin hogar. "Homeless": cuarto sin casa, reducto confinado al andar pasajero, paragüero, entrada- salida y a la vez ninguna habitación. Za- one. Uno y casi ninguno a la vez.


Ignacio M. Pis Diez Pelitti


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El protagonista


  Cuando el famosísimo actor Juan Tomassi se enteró de que a Yésica Araujo le habían agregado parlamentos en el libreto de la obra que estaban preparando, y que por ende, habían suprimido algunos de los que les correspondían a él,  entró instantáneamente en una crisis de nervios total. Discutió con el director y sus asistentes e insultó a cada uno de los presentes.
    Hecho un torbellino de furia desquiciada, y no queriendo entender razones con nadie, salió enérgicamente del escenario hacia su camarín.
    Detrás de él, corrieron todos los miembros y personal de la obra, a excepción de Yésica y su maquilladora Sara, que se habían retirado a su propio camarín.
    Sentado y rodeado de una pequeña multitud de gente que intentaba calmarlo, Juan continuó profiriendo toda clase de insultos y amenazas a los gritos, repitiendo sin parar: ¡YO soy el protagonista! ¡YO soy el protagonista, no ella!
   Lamentablemente acostumbrados a esta clase de berrinches por parte de Juan, pero siendo éste figura imprescindible para la obra, todos continuaron intentando calmarlo condescendientemente, algunos casi con lástima.
    Las cosas continuaron así durante unos cuantos interminables minutos, hasta que llegó Sara al camarín de Juan, y se abrió paso a los empellones entre todos los presentes.
    Sara se clavó de pie frente a Juan, que la miraba con gesto sobrador esperando sus palabras. Ella inclinó su cuerpo hasta quedar su cara a un centímetro de la de Juan, y gritando, desafiándolo burlonamente, le dijo: ¿Acaso no te das cuenta que VOS sos el protagonista? Yésica acaba de quitarse la vida con unas pastillas que se tomó en un descuido mío, mientras TODO EL MUNDO, e incluso el narrador de este relato, no han hecho más que hablar de lo que a VOS te pasa…


Ignacio M. Pis Diez Pelitti


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A buen puerto

Habiendo sentido con la cabeza
y pensado con el corazón,
intentando combatir la tristeza
con los trucos de un bufón.

Habiéndome adentrado en la grandeza
del mar como un ruin polizón,
navegando sin capitán ni rumbo,
sin salvavidas ni estable timón.
En la tormenta y a los tumbos,
y perdida ya toda ilusión

vuelvo a dar firme mis pasos,
cuando llego a mi puerto mejor:
a la orilla que encuentro en tus brazos,
que me amarran de nuevo a tu amor.




Ignacio M. Pis Diez Pelitti


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martes, 15 de mayo de 2012

Mundo animal



El animalito corre en su artefacto incesantemente giratorio, sin darse cuenta que no avanza. No sé si eso lo divierte, pero quizás.
Lo cierto es que corre, corre y no deja de correr. Hasta terminar exhausto, con la lengua afuera y casi  puede oírse  su corazón palpitando violentamente.
El animalito corre en su artefacto y yo lo miro desde afuera, a través del vidrio que me separa de él. Pecera- frontera entre mi mundo y el suyo.
Me quedo mirándolo por un rato más y descubro, pegado en un ángulo del cubículo vítreo, un cartel que dice Consultar aquí por clases de aerobics.
Me apiado por un rato, digo hacia mis adentros “Pobrecito”, y vuelvo a mi hueco del árbol, a seguir con mi monótona y sin sentido vida de roedor. 



Ignacio M. Pis Diez Pelitti




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Tengo




Tengo en la mano un libro
donde están escritos,
como casi siempre,
verdades y dolores
que a veces son los míos.

Tengo en la vida una mano
que como siempre escribe
verdades y libros
que casi nunca son de todos.

Tengo manos, libros y verdades
y sobre ellos escribo.


Ignacio M. Pis Diez Pelitti

















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lunes, 2 de abril de 2012

Así



Metemos a nuestro día de nacimiento, nuestros primeros pasos, el primer día de clases en el Jardín de Infantes, el día que aprendimos a andar sin rueditas en la bici, el primer día de Colegio primario, secundario y terciario o universitario, en la misma bolsa. Metemos también, en el medio, a todos nuestros afectos, caídas antológicas, anécdotas risueñas o trágicas, amores y desamores, éxitos y fracasos, nuestros recuerdos y nuestros olvidos, las palabras que sobraron y las que no dijimos, los trabajos que tuvimos y los que nos hubiera gustado tener, tal vez hijos, tal vez nietos también, y un buen día envejecemos y morimos, o morimos antes de envejecer, y entonces decimos “Así es la vida”. Esa bolsa única que es la vida, y que no tiene límites para meter en ella todo lo que cada uno pueda meter. Y si algún erudito o escéptico, ante la tajante  y sagaz máxima, viniera a preguntarnos socarronamente “¿Así cómo, es la vida?, pues le diríamos “Así”. Y que lea esto, ¿o acaso no entendiste nada?





Ignacio M. Pis Diez Pelitti 



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sábado, 31 de marzo de 2012

Si hay miseria...


Si remando entre la aspereza
quisieron hundirte el bote.
Si el dolor y la tristeza
no detienen sus azotes.
Si levantaste la cabeza
y te cortaron el cogote.
Si ya nadie te besa
al borde de un escote.
Si no encontrás tu belleza
y olvidaste tus otras dotes.
Si no te llegan las certezas
ni siquiera de rebote.
Si en tu jardín todo es maleza
y tus flores ni son brotes.
Si se esconde tu fiereza
detrás de los barrotes.
No olvides que todo empieza
siempre de nuevo, aunque sea al trote.
Rearmá todas tus piezas,
y si hay miseria, que no se note.




Ignacio M. Pis Diez Pelitti





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Medicina



Entregué todos los flancos
cual soldado indefenso.
Acudí a todos los censos
con los números en blanco.
Y como buen soldado raso
que aprendió a dar el mal paso,
desolado ante lo inmenso,
me sentí tan ciego y manco,

quieto, tieso, sordo, estanco,
inhalando los inciensos
que con humo espeso y blanco,
perfuman todo con su intenso
olor a encierro viejo y banco,
-de lo breve hasta lo extenso-.

Garabateé todos mis lienzos.
Salteé momentos de a trancos.
Tropecé con cada cosa
que el Destino puso en medio.
Y para no vivir con tanto tedio,
me asomé desde el barranco
y pensé siempre en vos, hermosa,
que sos mi único remedio.




Ignacio M. Pis Diez Pelitti 






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lunes, 9 de enero de 2012

Uma se deprime a las siete



Uma se deprime a las siete. Todos los días cuando el sol comienza a caer, deambula triste por la galería trasera de la casa. La mirada perdida, los ojos tristes en su pequeña cabecita sostenida por un cuerpecito desvaído y tembloroso, y un pesadumbroso andar.
De vez en cuando una mano amiga le tiende un plato de comida y algo de beber. De vez en cuando también sueña con la Libertad.
Tanto tiempo viviendo en cautiverio le ha hecho perder el ímpetu de su primera juventud, cuando el correteo y el frenesí estaban siempre a la orden del día.
Hoy las cuatro paredes que delimitan su encierro, son su hábitat natural. Entonces una hendija, una brisa de aire que se cuela como intrusa irrumpiendo en el mal disimulado redil al que fue confinada, bastan para que la ilusión se haga presente en el lugar y la invite a jugar un rato.
Pero todos los días, a las siete, Uma se deprime. Y busca. Camina de un lado a otro, intenta una truncada pesquisa, investiga todo en derredor, pero no halla la anhelada respuesta. Entonces retoma su lento andar y un brillo tierno como de lágrimas inunda sus ojos empañando su mirada.
Sus hijitos eran cinco e iban a ser dados en adopción cuando fueran lo suficientemente fuertes y su vida no estuviera en riesgo. Pero algo salió mal y la misma hendija que otras veces se tradujo en libertad, aquella vez tuvo por resultado a la atroz pérdida.
Una mano intrusa quizás, la inexperiencia de las recién nacidas criaturas o un descuido de la madre – o quizás todo esto junto-, y el catastrófico final: una madre sin los hijos que alguna vez fueron suyos, el amor sin corazón ni cuerpecitos ni almas donde colocarlo, y el mismo antiguo encierro que siempre fue suyo, devolviéndola a la nefasta combinación de instinto, amor y ausencia que toda madre desdeña y teme.
Uma se deprime a las siete. Y en sus adentros maldice con todo su ser el día en que a esa misma hora, los designios de esta perra vida, le arrebataron de su seno, de su mundo y de su vida, a su más preciado tesoro. Para instalar en su lugar a esta repugnante sensación de renguera y temblor incontenible que invaden hoy a su cuerpecito desvaído y su pequeño, acongojado, corazón.






Ignacio M. Pis Diez Pelitti 







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domingo, 1 de enero de 2012

De tiempo en tiempo



Guardó el auto en el garaje, atravesó caminando el living y entró al estudio.
Pasear en auto era, últimamente, la única forma que había encontrado para abstraerse un poco de la vorágine del mundo, y así inspirarse para poder escribir.
Ermitaño, bohemio, solitario, paria, sentía que vivía fuera de tiempo. Como una anacrónica alma alimentada de valores obsoletos que le impedían gozar del devorador mundo actual.
La realidad contrastaba sistemáticamente con sus creencias. El desfasaje  entre su deber ser y el concreto ser de estos días, se le volvía cada vez más insoportable.
Colocó la silla frente al escritorio y comenzó a escribir en su notebook:
“Si tan sólo pudiera viajar en el tiempo, sería fácil llevar hacia atrás el ropaje de mi vida, y conseguiría que el vetusto  acervo que cargo hoy como cruz sobre mis hombros, se adaptara al tiempo en que debí ser”.
Sus amigos, su familia, todos allá afuera eran actores de su propio tiempo, y hasta Teodoro –el pastor alemán que ahora merodeaba inquieto olfateando la alfombra del estudio- parecía adaptarse a todo: a los alimentos balanceados especialmente fortificados, a las pipetas matapulgas, y a todos los avances del mundo canino moderno.
Arrugó el papel con bronca, frotó la lapicera entre sus manos para mejorar el trazo, y ensayó otro intento:
“Corría el año 1875…” - ¡Pero no, carajo!- Imposible escribir algo bueno hoy.
Rompió en trocitos el segundo pergamino y lo arrojó al cesto de basura que descansaba a los pies del escritorio. Tercer intento:
“-Vida era la de antes- Aseveró Don Alberto con la mirada orientada hacia un pasado remoto, que debía estar situado aproximadamente sobre sus cejas…”
No había caso, hoy no estaba inspirado y el paseo no había dado ni remotamente los frutos esperados. Debería distraerse nuevamente dando otro paseo.
Guardó en el escritorio los papiros sobrantes, pasó la pluma por el papel secante, apagó la vela, le quitó el pabilo y desanduvo el camino hasta el establo, donde lo esperaba su fiel caballo zaino, que lo miraba expectante aguardando a ser apeado.
Sus dos obras literarias más importantes, fueron escritas en los años 1875 y 2012, respectivamente. O quizás haya sido al revés.



Ignacio M. Pis Diez Pelitti















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