Entregué todos los flancos
cual soldado indefenso.
Acudí a todos los censos
con los números en blanco.
Y como buen soldado raso
que aprendió a dar el mal paso,
desolado ante lo inmenso,
me sentí tan ciego y manco,
quieto, tieso, sordo, estanco,
inhalando los inciensos
que con humo espeso y blanco,
perfuman todo con su intenso
olor a encierro viejo y banco,
-de lo breve hasta lo extenso-.
Garabateé todos mis lienzos.
Salteé momentos de a trancos.
Tropecé con cada cosa
que el Destino puso en medio.
Y para no vivir con tanto tedio,
me asomé desde el barranco
y pensé siempre en vos, hermosa,
que sos mi único remedio.
Ignacio M. Pis Diez Pelitti
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