domingo, 1 de enero de 2012

De tiempo en tiempo



Guardó el auto en el garaje, atravesó caminando el living y entró al estudio.
Pasear en auto era, últimamente, la única forma que había encontrado para abstraerse un poco de la vorágine del mundo, y así inspirarse para poder escribir.
Ermitaño, bohemio, solitario, paria, sentía que vivía fuera de tiempo. Como una anacrónica alma alimentada de valores obsoletos que le impedían gozar del devorador mundo actual.
La realidad contrastaba sistemáticamente con sus creencias. El desfasaje  entre su deber ser y el concreto ser de estos días, se le volvía cada vez más insoportable.
Colocó la silla frente al escritorio y comenzó a escribir en su notebook:
“Si tan sólo pudiera viajar en el tiempo, sería fácil llevar hacia atrás el ropaje de mi vida, y conseguiría que el vetusto  acervo que cargo hoy como cruz sobre mis hombros, se adaptara al tiempo en que debí ser”.
Sus amigos, su familia, todos allá afuera eran actores de su propio tiempo, y hasta Teodoro –el pastor alemán que ahora merodeaba inquieto olfateando la alfombra del estudio- parecía adaptarse a todo: a los alimentos balanceados especialmente fortificados, a las pipetas matapulgas, y a todos los avances del mundo canino moderno.
Arrugó el papel con bronca, frotó la lapicera entre sus manos para mejorar el trazo, y ensayó otro intento:
“Corría el año 1875…” - ¡Pero no, carajo!- Imposible escribir algo bueno hoy.
Rompió en trocitos el segundo pergamino y lo arrojó al cesto de basura que descansaba a los pies del escritorio. Tercer intento:
“-Vida era la de antes- Aseveró Don Alberto con la mirada orientada hacia un pasado remoto, que debía estar situado aproximadamente sobre sus cejas…”
No había caso, hoy no estaba inspirado y el paseo no había dado ni remotamente los frutos esperados. Debería distraerse nuevamente dando otro paseo.
Guardó en el escritorio los papiros sobrantes, pasó la pluma por el papel secante, apagó la vela, le quitó el pabilo y desanduvo el camino hasta el establo, donde lo esperaba su fiel caballo zaino, que lo miraba expectante aguardando a ser apeado.
Sus dos obras literarias más importantes, fueron escritas en los años 1875 y 2012, respectivamente. O quizás haya sido al revés.



Ignacio M. Pis Diez Pelitti















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