Guardó
el auto en el garaje, atravesó caminando el living y entró al estudio.
Pasear
en auto era, últimamente, la única forma que había encontrado para abstraerse
un poco de la vorágine del mundo, y así inspirarse para poder escribir.
Ermitaño,
bohemio, solitario, paria, sentía que vivía fuera de tiempo. Como una
anacrónica alma alimentada de valores obsoletos que le impedían gozar del
devorador mundo actual.
La
realidad contrastaba sistemáticamente con sus creencias. El desfasaje entre su deber ser y el concreto ser de estos
días, se le volvía cada vez más insoportable.
Colocó
la silla frente al escritorio y comenzó a escribir en su notebook:
“Si tan sólo pudiera viajar en el
tiempo, sería fácil llevar hacia atrás el ropaje de mi vida, y conseguiría que el
vetusto acervo que cargo hoy como cruz sobre
mis hombros, se adaptara al tiempo en que debí ser”.
Sus
amigos, su familia, todos allá afuera eran actores de su propio tiempo, y hasta
Teodoro –el pastor alemán que ahora merodeaba inquieto olfateando la alfombra
del estudio- parecía adaptarse a todo: a los alimentos balanceados
especialmente fortificados, a las pipetas matapulgas, y a todos los avances del
mundo canino moderno.
Arrugó
el papel con bronca, frotó la lapicera entre sus manos para mejorar el trazo, y
ensayó otro intento:
“Corría el año 1875…” - ¡Pero no, carajo!- Imposible escribir algo bueno
hoy.
Rompió
en trocitos el segundo pergamino y lo arrojó al cesto de basura que descansaba
a los pies del escritorio. Tercer intento:
“-Vida era la de antes- Aseveró Don
Alberto con la mirada orientada hacia un pasado remoto, que debía estar situado
aproximadamente sobre sus cejas…”
No
había caso, hoy no estaba inspirado y el paseo no había dado ni remotamente los
frutos esperados. Debería distraerse nuevamente dando otro paseo.
Guardó
en el escritorio los papiros sobrantes, pasó la pluma por el papel secante, apagó
la vela, le quitó el pabilo y desanduvo el camino hasta el establo, donde lo
esperaba su fiel caballo zaino, que lo miraba expectante aguardando a ser
apeado.
Sus
dos obras literarias más importantes, fueron escritas en los años 1875 y 2012,
respectivamente. O quizás haya sido al revés.
Ignacio M. Pis Diez Pelitti
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