domingo, 9 de octubre de 2011

Desencuentros



Lo vio repantigarse en el sillón del comedor como siempre. El televisor clavado en el noticiario y su mirada clavada en el televisor.
Cincuenta años en la misma casa - los mismos cincuenta años del mismo matrimonio y del mismo sillón-, habían dejado moldeada la marca indeleble de la silueta de Antonio, sobre la goma espuma que se adivinaba debajo del símil cuero de color negro.
No era ningún día especial para ellos, pero Eleonora había decidido preparar guiso de arroz con salsa de tomates y garbanzos, comida sencilla, pero al fin el plato favorito de Antonio.
Con el paso del tiempo los pies, las distancias, los utensilios de cocina, como casi todo, pasan a tener el doble de peso.
Caminó los kilómetros que la separaban de la cocina, colocó la cacerola con agua sobre una de las hornallas y dejó preparados el resto de los ingredientes. Regresó al living y Antonio seguía en el sillón.
Ya puse el agua Antonio, pero él no respondió al primer llamado. Antonio, ¿me escuchás?, nada. Al tercer llamado Antonio reaccionó, volteó la cabeza y la miró fijamente. Se levantó trabajosamente, y pasando frente a ella, intentó correr las millas que lo separaban de la cocina.
Vio la cacerola con agua, algunos ingredientes y un paquete con arroz desparramado alrededor sobre la mesada. Pero en el piso… En el piso yacía desplomado el cuerpo de Eleonora.
Pensó, Tengo que llamar una ambulancia. Desanduvo las millas hasta el living adonde estaba el teléfono. Pero al llegar al comedor, sobre el sillón negro, se vio a sí mismo repantigado en el sillón con la mirada clavada en el televisor, que a esa hora ya estaba trasmitiendo la telenovela diaria.
Instantáneamente lo comprendió todo, incluso el porqué de ese terrible y penetrante olor a gas.  




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