miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los reptantes


Con el rotundo devenir de los años, la piedra de los tiempos hizo ruido al caer, y estalló su miseria sobre la inocencia de las almas que, contemplativas, supusieron pero no evitaron su desgracia.
El agravio patente que los tiempos enrostraron sobre las simuladas inocencias, arrastró consigo a la poca integridad moral que quedaba viva.
Bajo los escombros musgo creció, y los gusanos ganaron el espacio de la tierra fértil, fagocitando de ella los restos de un pasado lleno de bella vida.
La mentira fue el hogar de los suplentes parásitos y creció por doquier la mala hierba tapando con sus tupidas ramificaciones a la luz de la esperanza.
Ahogados, oprimidos, los pocos sobrevivientes que antes fueran los gregarios seres de una ahora comunidad extinta, se fueron refugiando en las improvisadas guaridas que la urgencia les demandó. Chozas diminutas, de barro, de conchilla, vestigios de la desaparecida civilización sirvieron de desesperado cobijo. Cualquier refugio era bueno antes que perecer a la intemperie devorados por los insectos.
Construyeron un nuevo mundo al amparo del recuerdo de un pasado que no volvería. La añoranza devino en sueños, y los sueños en utopía. Todo estaba perdido, las sombras eran ahora su hábitat, y vigilar los intersticios de los refugios para protegerse del enemigo hostil, sería la razón justificativa para seguir viviendo. Vivir para no morir, y no morir para estar atentos.
Algunos birlaron la vigilancia de los gusanos y lograron escapar, pero no se supo más de ellos. Otros fueron devorados en el intento.
Los gusanos fueron adquiriendo formas de organización social superiores, con la correlativa y simultánea involución de los oprimidos. Pero no todos se embrutecieron, sino que de entre los propios refugiados fueron surgiendo mentes que supieron aprender del enemigo. Émulos de las prácticas parasíticas, fueron aprendiendo el arte de arrastrarse y alimentarse a costa de los otros, y lograron así mimetizarse entre ellos.
Pasaron varias generaciones de instalarse entre las filas enemigas, de mezclarse en el mestizaje espantoso de los anélidos, platelmintos, nematodos, acantocéfalas, nematomorfas y sipuncúlidos. Las larvas se multiplicaron infinitamente en una estratégica y orgiástica promiscuidad usada como maniobra distractiva y de paulatino debilitamiento de las filas enemigas. Y una vez confiado el enemigo y satisfecho el ego del heterótrofo monarca, cuando ya todo era putrefacción pestilente, los infiltrados dieron el golpe final y arrasaron con las vidas de los opresores en sólo diez noches de vermicidio* masivo. Las tropas infiltradas tomaron el mando, volvió la tierra fértil, la utopía devino en sueños, y los sueños en esperanzas de cambiar la realidad.
Pero tantos años entre los gusanos habían dejado su reptante huella en la idiosincrasia de los revolucionarios…Cuando bajo la simulación de una resurgente democracia alcanzaron los puestos de mando y liderazgo, su naturaleza parasitaria tan bien aprendida y asimilada ya en su propia sangre, fue más fuerte que la causa inicial que los había impulsado. Arrastrándose sobre las cabezas de sus esperanzados pares, aplicaron despiadada y sistemáticamente como forma para su propia subsistencia, la de alimentarse de los otros. Pero esta vez, la presa fueron sus propios hermanos.



* [1] Neologismo por vermes: gusano, y cidio: elem. compos. Significa 'acción de matar'.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti


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