domingo, 6 de septiembre de 2009

La proeza

El asunto terminó siendo mucho más difícil de lo que esperábamos, y lo que creíamos que sería una simple maniobra, resultó tratarse de una compleja secuencia de dificultosos procedimientos.
Alejo había llegado a nosotros, presentándose como un experto en la materia. Jorgito y yo desconfiamos desde el principio de su tan soberbia seguridad, pero una secuencia de actos nos hizo rápidamente entrar en confianza. Él se movía con tanta soltura y firmeza, y tan determinadamente siguiendo un protocolo tan pormenorizado de pasos, que terminamos creyendo que realmente el tipo podía llegar a dar cátedra de la materia.
Los últimos intentos que habíamos hecho antes de dar con Alejo, habían terminado con la tragicómica escena de Jorgito bañado en azúcar. Ni que hablar de mi ojo derecho amoratado...
Cuando el especialista tocó el timbre de casa (¡y lo que nos costó que nos concediera una cita!), nos hallábamos practicando el enésimo intento de la proeza. Alejo escudriñó el cuadro de aquella situación y presurosamente se dispuso a tomar cartas en el asunto, desplazando de su labor, casi a los codazos, a un Jorgito atónito ante tan soberbio gesto.
Catapultar por los aires una cucharada de azúcar a través de una distancia de aproximadamente unos 30 centímetros desde el extremo de la misma hasta la taza, y lograr que el dulce contenido caiga íntegramente dentro de esta última, por más trivial o inútil que pudiera parecer un procedimiento de semejante índole, no es cosa fácil, y como hemos comprobado Jorgito y yo, no es algo que pueda hacer cualquiera.
Mientras Alejo nos iba indicando los pasos a seguir, recitaba el vasto curriculum que testimoniaba su versación en el tema, relatándonos sus numerosas experiencias y ensayos realizados y las cientos de horas de práctica que le había demandado llegar a convertirse en un profesional en lo que, con sobrada afectación y vanagloria, se atribuía el mérito de haber bautizado como “catapultamiento azucarero”.
Con fines didácticos e ilustrativos, Alejo nos dio una hoja de papel impreso, en la que podía leerse, a la par que lo observábamos realizando cada paso, el siguiente texto:


Pasos a seguir para una exitosa consecución del catapultamiento azucarero
1- Primeramente hay que cerciorarse de tener a disposición una buena cantidad del elemento azúcar, preferentemente contenida en un recipiente comúnmente denominado como “azucarera”.
2- Cumplimentado el paso anterior, se debe proceder a la obtención de otro utensilio (y tan elemental para el procedimiento como el antedicho), comúnmente denominado como “cuchara”. Ésta debe ser preferentemente perteneciente a la especie “cuchara de té” para una mayormente adecuada manipulación del instrumento.
3- El tercer paso es la obtención de un recipiente destinado a la contención de líquidos que, a todo efecto, denominaremos aquí como “taza”.
3- Por aplicación del principio de palanca, y mediante el uso de la cuchara por la propia fuerza y sujeción con la mano, (derecha o izquierda, a elección y comodidad del operario) debe recogerse de la azucarera una cantidad de azúcar que sea lo suficientemente grande como para que el procedimiento sea digno de merecer el mote de “proeza”. Basta a tal fin, con que el azúcar quede al ras de los bordes de la parte cóncava de la cuchara.
4- Procurando que no nos tiemble el pulso, lo que acabaría por frustrar todo el plan, procedemos a apoyar la cuchara con su mango apuntando hacia la taza a una distancia aproximada, en principio, de unos 30 centímetros. Aquellos más arrojados podrán colocarla a una mayor distancia. Los más cobardes no deben preocuparse: es comprensible que se trata de un procedimiento harto difícil, y por ende están exentos de cualquier clase de juzgamiento.
5- Entramos ahora en la acción fundamental del procedimiento, que es la de dar el golpe justo y certero que provea el impulso necesario del azúcar a través del aire, de modo que la misma ingrese en la taza como resultado de su catapultamiento, en su completitud. Dicho golpe deberá efectuarse con la parte más mullida de la mano, sobre el extremo del mango de la cuchara, que se caracteriza en la mayoría de los elementos de este género, en ser poseedora de una curvatura levemente pronunciada hacia arriba.
El golpe, para ser efectivo, deberá ser realizado lo más cerca posible de los confines de la antedicha parte de la cuchara, para producir como resultado que el azúcar se traslade, vía aérea, en un trayecto con la característica de “empinamiento”, a fin de evitar que la misma se pase de largo del punto en el que la taza ha sido situada o, lo que es peor, que el golpe “nos quede corto”.
El impacto precedentemente indicado, no deberá ser, ni lo insuficientemente fuerte como para que el azúcar no llegue a destino, ni lo exageradamente violento como para que la misma se atomice por los aires, aún mucho antes de alcanzar siquiera las inmediaciones del destino deseado. Dicho impacto deberá ser efectuado de la manera vulgarmente denominada como “golpe seco”.
Desde luego que los primeros intentos podrán ser de lo más frustrantes, ya que comúnmente suelen darse como resultados posibles, los enunciados en el párrafo anterior: falta de impulso o el impulso de sobra, cuando no también una total falla del mecanismo cinético de la cuchara y su consiguiente completa quietud, o quizás apenas un leve desplazamiento de la misma de su punto de origen.
Seguidos que sean todos estos puntos al pie de la letra, y con práctica suficiente, se podrá terminar siendo un especialista en “catapultamiento azucarero”, y recibir de este modo aplausos, elogios y ovaciones en todo tipo de eventos, por parte de nuestros amigos, allegados, y por qué no, de perfectos desconocidos.
6- Como variante de los ejercicios precitados, a gusto del operario y a fin de dar mayor utilidad al procedimiento, se podrá, previamente a seguir los pasos enunciados, tener preparado dentro de la taza cualquier tipo de infusión o bebida, preferentemente de las que suelen tomarse endulzadas con azúcar.

Alejo siguió al pie de la letra todos los pasos, mientras nos los explicaba y, para nuestro asombro y devoción, logró embocar en la taza la para nada despreciable cantidad de 10 cucharadas consecutivas de azúcar, y sin el más mínimo lugar a error. Ni el más mínimo rastro o minúsculo granito de azúcar quedó sobre la mesa, pero sí toda ella dentro de la taza.
Luego de las salutaciones y alabanzas pertinentes a tamaña demostración, Alejo nos cobró sus cuantiosos honorarios y se fue.
Jorgito y yo practicamos durante meses, una y mil veces, las enseñanzas dadas a nosotros por el especialista, y debo reconocer que con el tiempo nos convertimos también en maestros en el arte del “catapultamiento azucarero” .Quizás hasta superando a nuestro instructor.

Durante años fuimos el centro de atención en todo evento, reunión, agasajo, convite, fiesta, etcétera, a los que asistiéramos y en los que existiera la presencia de bebidas pasibles de ser endulzadas con azúcar. Ovacionados, aplaudidos y hasta adorados por doquier, nuestro talento y nuestra refinada técnica fueron durante muchísimo tiempo un comentario recurrente en boca de todos aquellos sujetos que conformaban nuestro círculo de relaciones sociales.
Hasta que un día, en una fiesta de cumpleaños, fuimos interpelados por uno de los invitados (que era diabético) al que, en ese momento nos pareció interesante, desafío de realizar la proeza, pero utilizando edulcorante en vez de azúcar como elemento catapultado.
Altaneros y jactanciosos, Jorgito y yo aceptamos sin miramientos el desafío, confiados en demasía en lo ilimitado de nuestro especial talento. Pero la diferencia entre el peso específico entre una sustancia y la otra, dieron por tierra con todo el procedimiento y el edulcorante quedó esparcido por toda la mesa y parte del piso...
Ante la risa y la burla de toda la expectante concurrencia, debimos huir despavoridos y sonrojados de la fiesta, dolidos en lo más hondo de nuestros seres por la presión de tan rotunda ignominia. Víctimas de nuestra fanfarronería, vivimos en carne viva la vergüenza de la afrenta pública.
Desde ese día Jorgito y yo procuramos no asistir más a eventos, y en los casos inevitables, intentamos no hacer siquiera alusión a nuestro pasado como “catapultadores azucareros”, y así evitamos engorrosos posibles pedidos de demostraciones. Hasta ahora lo venimos logrando.
Eso sí, a la hora de juntarnos aunque sea a solas a tomar un café o lo que sea, servimos el azúcar como cualquier persona común: aproximando la cuchara con azúcar hasta la parte superior a la circunferencia de la taza, e inclinando la cuchara para dejar caer el azúcar dentro de la misma.




Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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