domingo, 30 de agosto de 2009

Tierra

Somos animales primitivos que usamos nuestros principios como un ropaje meramente ornamental, y en sus bolsillos llevamos una bomba dispuesta para ser utilizada en caso de que tengamos que inmolarnos: la misma armadura puede ser una bomba de tiempo. La explosión puede ser terrible, aniquiladora. El tiempo se mide en un incesante tictac que va marcando el pulso arrítmico de nuestros corazones avasallados. El tiempo nos mide incesantemente.
De vez en cuando la vida florece, y cuanto más ávidas del néctar de la flor de la vida están las papilas del corazón, más se arraiga el alma a una tierra que nos vive defraudando. Entonces llamamos felicidad al mero conformarse con efímeros bienestares. Entonces llamamos amor a un simple habituarse al otro. Decimos insatisfechos, en vez de miserables. Llamamos triunfar a aislados logros fugaces. Decimos tanto y no sabemos qué hacer, y echamos raíces. Crecemos alejándonos de aquello que nos hizo nacer, transmutamos de semilla a recio árbol, el tiempo nos marchita, cultivamos quizás desdichas y a veces retiramos nuestros frutos antes de tiempo. Resistimos tempestades y devenimos en tierra. Decimos evolución y progreso, en vez de decir que olvidamos quiénes somos o hacia dónde vamos, filosofamos pero nunca estamos seguros. Llamamos filosofía a nuestros puntos de vista, pero quién sabe qué demonios es la vida. Decir eufemismos es peor que mentir.
Somos almas encerradas en cuerpos que usamos como falso ropaje ornamental, y en la piel llevamos las marcas de un lento y paulatino estallido interno.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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