domingo, 26 de julio de 2009

El muro


Coloco otro ladrillo en el muro simbólico que representa a las etapas de mi vida en la abstracción de mi mente. Un símbolo al que cargo de sentido apoyándolo en otro símbolo que parece ya haberse vuelto demasiado tambaleante y absurdo. Desde la imaginación, pero con vívidos sentimientos, comprendo que las extensas dimensiones alcanzadas por él, bloquean ya mi visión, y me percato de que he acabado por crear mi propia prisión. En un ángulo del muro un graffiti reza con sarcasmo: “La vida está del otro lado”. Estas palabras se graban a fuego en mis retinas y su ardor hace nacer en mí el impulso. Intento escalarlo desesperadamente, pero el cemento de las uniones (que está hecho de ilusión) se desgrana con cada aguerrido intento que efectúo.
Escucho a mis espaldas un ruido incesante y aturdidor como el de mil campanas repicando al unísono: un campanario, de una iglesia, tal vez, descubro, y me dirijo hacia allí, a pesar de la categórica negativa que ejercen mis tímpanos en mi sistema nervioso, oprimiendo con poderosa fuerza sobre los anquilosados músculos de mi desvaído cuerpo.
-Si alguna vez tenías que creer en algo, este es el momento-, me digo, y con una mano abúlica y descreída me persigno torpemente. Realizo el anhelado pedido y digo amén entre dientes. Entonces el muro comienza a ceder desde su centro mismo, abriéndose en él una grieta cuyo diámetro apenas alcanza para permitirme escapar. Cruzo. Al estar ya del otro lado comienzo a escuchar nuevamente el ensordecedor ruido de las campanas, sirenas, rumores citadinos, domésticos ladridos, bocinas, motores… Me despierto.
El dormitorio está desolado y hace frío, el televisor se ha encendido en automático y en el noticiero dan noticias trágicas, noticias tristes o simplemente triviales que se transmiten también en automático, como por mero entretenimiento. Trivial y triste divertimento. Atroz.
Desde el refugio de mis desproporcionadas cobijas, imagino a la gente allá afuera, construyendo sus vidas con el cemento que fabrican en sus mentes, con una mezcla endeble de ilusión y otros sentimientos quizás más firmes y resistentes. Los veo también desmoronarse en sus muros, como hace instantes me vi a mí mismo haciéndolo, pero perpetuamente encerrados y sin lograr escaparse. Perpetuos prisioneros de sí mismos.
El infernal aparato continúa emitiendo, y detrás de las palabras parece colarse un subliminal y constante mensaje: “La vida está del otro lado”. Entonces comprendo el consejo y decido dejarme llevar… y vuelvo a dormirme.



Ignacio martín Pis Diez Pelitti




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