miércoles, 22 de julio de 2009

Historia antigua


Cuenta una antigua y hasta ahora inédita historia, que en un lugar muy remoto situado en un mundo cuyo nombre ya no recuerdo, llegó un momento en que entre los hombres reinaban el odio, el mal y la desigualdad a tal punto que llegó a ser muy difícil diferenciar para ellos mismos, entre lo bueno y lo malo.
Nos relata también esta historia (aun no sé si llamarla cuento o relato), que en aquel lugar, existió un Dios que quiso darles a esos hombres una enseñanza de Fe, con el objeto de poner fin a tan calamitosa y generalizada situación.
Como todo Dios, su presencia estaba en todas las cosas, pero frente a los ojos de los hombres comunes, le era imposible hacerse visible frente a ellos. Fue así que decidió hacerse carne, utilizando como materialización de su existencia al ser más concreto y que más evidentemente pudiera ser percibido por los hombres comunes: otro hombre. O mejor dicho: un semidiós con aspecto de hombre, hijo aparente de una inmaculada madre y un padre carpintero.
A éste hombre, Él, lo llamó su Hijo y le encomendó como misión acabar con el mal, el odio, y la desigualdad imperantes en aquel lugar, pidiéndole que propagara e inculcara para ello, los valores y beneficios del bien, del amor y la igualdad, por medio de su palabra y su prédica.
El Hijo, obediente, recorrió y caminó durante años hasta cada recóndito lugar de ese remoto mundo, cumpliendo la misión encomendada por su Padre. Pero su misión no fue tan satisfactoria ni sencilla: el mal y el odio estaban tan fuertemente enraizados en algunos de esos hombres, que en seguida el semidiós encontró obstáculos a su tan noble tarea.
Aquél lugar se dividió entonces entre quienes creían y comprendían la palabra del Dios hecho carne en el Hijo, y los hombres más escépticos que potenciaron su odio redirigiéndolo hacia nuestro tan noble y puro protagonista. Los unos, proclamaban la Fe en el amor y la bondad, los otros, reclamaban la sangre del deífico profeta.
Era práctica común por aquél entonces y en ese lugar, asesinar sin piedad a todo aquél que pensara distinto a quienes detentaban el poder, y desafortunadamente para los hombres de Fe y para nuestro protagonista, el poder se hallaba en manos de los hombres escépticos.
El Hijo fue entonces perseguido sin tregua por los poderosos, quienes lograron finalmente capturarlo y asesinarlo pública y cruelmente. Absorto ante el espantoso espectáculo de ver la sangre de su Creación vertida, el Padre le dio a su Hijo, la Gracia de la resurrección, para así, por medio de tan notoria revelación, disipar las dudas que pudieran quedarles a estos nefastos asesinos.
Al ver esto, y ante la evidencia de los hechos, los hombres malos se hallaron constreñidos a tener que admitir –falsamente, porque no lo creían- frente a los hombres buenos, el craso error que habían cometido, disfrazando su escepticismo con una falsa Fe, y lograron conformar así, a las masas enardecidas que consternadas clamaban por los valores que su hermano el semidiós les había enseñado. De este modo la Fe en el amor, en la igualdad y en la bondad se volvió mera hipocresía y deleznable mentira, y los hombres malos se adueñaron de la prédica del Dios hecho Carne, con el fin de sostenerse en el poder.
La historia culmina (y es en este punto donde me pongo escéptico), contándonos que aquél mundo sigue hasta el presente, gobernado por los escépticos y que éstos siguen siendo los detentadores del poder. Que el amor y la bondad son patrimonio de la buena gente y el odio y la maldad el de los poderosos. Que los poderosos han hecho construir con las manos y el sufrimiento de los hombres bondadosos, colosales y ostentosos edificios para adorar a un Dios en que ellos mismos no creen. Que así éstos logran “tener a la fiera amansada” y que en vez de conducir a sus pueblos hacia el bienestar, los conducen a la miseria y la desigualdad amparándose en las falsas prédicas que ellos mismos propugnan, y en la atrocidad de una falsa Fe. Que bajo la máscara de una gran mentira, sustentada sobre falsas leyes y falsas instituciones, pergeñan tras tan odiosa fachada, oscuros planes para autosatisfacer sus deseos de ambición y codicia, haciéndoles creer a los buenos hombres que obran en favor de ellos. Y que a pesar de que han pasado siglos de la llegada a dicho lugar y de la muerte del protagonista de nuestra historia, las mentiras predicadas por estos deleznables seres son, en apariencia, idénticas a las consignas y valores que antaño predicara nuestro Hijo- hermano- semidiós.


N. del E:
Dejo a los lectores la elección de creer en esta historia o manifestarse escépticos ante ella. Amén.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti












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