domingo, 11 de septiembre de 2011

Y un día…

La primera vez que se vieron, la conexión entre ambos no fue completa. Quizás tanto tiempo siendo dos medias almas vagando solas, los había dejado fuera de práctica.
Él era un alma en pena, un fantasma encerrado en un cuerpo muerto desde hacía años, a causa de heridas y ausencias repetidas. Muerto en vida, habitaba un Universo paralelo, delimitado por las cuatro o cinco paredes de su casa.
Ella era el puente necesario para conectarlo al mundo exterior. El nexo indispensable para hacer realidad el mito platónico del andrógino, aquél por el cual Zeus partió al medio a los seres, y por ello la misión vital de cada persona, sería buscar a su otra mitad para volver a ser sólo uno. En aquel primer encuentro, sin entregarse aún el uno al otro, algo habían presentido…
Los encuentros se sucedieron y el cuerpo inerte de nuestro protagonista se fue revitalizando paulatinamente. Cada encuentro fue un golpe de energía, un ir naciendo de a mágicos momentos.
Ella era un alma viva (herida, pero viva), habitando en un cuerpo vivo que irradiaba energía  desde cada rincón de su existencia. Su sonrisa, su voz, eran pequeños destellos que perforaban la coraza-cuerpo de nuestro hombre, reconstruyéndolo poco a poco, desde el centro de su media alma hacia el afuera.
Su media alma, que había vivido oprimida por la vetustez del desvalido envase, comenzó a aflorar, y su inmanente voluntad de hallar su otra mitad necesaria, se hizo patente.
Entonces, los encuentros se fueron sucediendo, cada vez más seguidamente. Y entre llantos y algunas discusiones, su amor y sus almas se hicieron un lugar para el encuentro. En el Universo donde antes cabía uno solo, ahora cabían dos.
  Y un día, encontraron la puerta que daba hacia el mundo exterior. Caminaron juntos, y al traspasar la salida, ya eran una sola alma viviendo en dos cuerpos. 



Ignacio M. Pis Diez Pelitti



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