miércoles, 16 de febrero de 2011

Sumario de un día cualquiera


Como todos los días, el despertador sonó a las 6:30 a.m. Osvaldo siguió durmiendo hasta las 7:23 a.m.

En la esquina de avenida 7, esquina 40, hay dos semáforos que habilitan al cruce de vehículos que circulan por las dos calles que conforman la encrucijada.

Como todos los días, a las 7:25 a.m, el semáforo que habilita el paso de los vehículos que vienen por calle 40, se pone en rojo y, segundos después, se pone en verde el que habilita el paso de los vehículos que vienen por la avenida 7.

A las 7:25, Osvaldo escuchó desde la cocina de su departamento, una frenada violenta, seguida de un estrepitoso impacto de ruido metálico. Entre que caminó hasta el balcón, enrolló la persiana y salió a mirar, se hicieron las 7:27 a.m.

Desde el piso 6 pudo ver con casi inusitada claridad, la trágica escena: un automóvil, que seguramente vendría a gran velocidad por avenida 7, había quedado incrustado contra un poste de luz, situado a unos 20 metros del lugar donde ambas calles se cruzan, apuntando en dirección a la calle 41; y otro automóvil, de mayor porte, había quedado aplastado contra la parada de colectivos que está sobre la avenida 7, mano que sube hacia 41.

Osvaldo dedujo que alguno de los dos autos, habría pasado con la luz del semáforo estando en rojo, y que el que venía por calle 40, al intentar esquivar al que venía por la avenida, habría impactado contra la parte trasera del mismo, y habría sido expulsado hacia la parada de colectivos; el otro habría perdido el control y, por la gran velocidad a la que vendría, había terminado en el lugar donde ahora Osvaldo lo veía incrustado.

A las 7:30 a.m., la curiosidad venció a Osvaldo, entonces se vistió y decidió bajar hasta la esquina a mirar la escena, de prisa. Al llegar, ya se hallaban en el lugar dos patrulleros policiales con sus cuatro respectivos policías, a la espera de una ambulancia, y varios vecinos curiosos merodeaban el lugar con expresión atónita en sus rostros.

A las 7:45 a.m., llegó una ambulancia al lugar del siniestro, y los enfermeros y el médico que en ella venían, se dispusieron raudamente a socorrer a los conductores de ambos vehículos. Fue justamente cuando socorrían al vehículo de la parada de colectivos, que descubrieron el cuerpo de una mujer destrozado entre los fierros del auto y los fierros retorcidos de la parada de colectivos. La mujer había fallecido en el acto, dijo el médico.

A las 6:30 a.m, ese mismo día, sonó la alarma del despertador que Esther ponía todos los días a la misma hora, desde hacía más de veinte años, para poder tomar el colectivo a tiempo, para ir a trabajar en el Ministerio. Se levantó sigilosamente para no despertar a Osvaldo, y a las 7:23 a.m. ya se hallaba esperando el colectivo en la parada de avenida 7, esquina 40.








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