martes, 5 de mayo de 2009

Laberinto


Inconscientemente en la vida vamos tomando a menudo caminos que de repente son desolados y laberínticos senderos que no conducen a ningún lugar. Nos detenemos ante cada recodo de ese laberinto ante la estupefacción de la angustia, y sumergidos en el miedo, tomamos decisiones erradas que nos encierran aún más en él. Atemorizados, confundidos y desesperados, sólo vemos oscuridad después de cada determinación, de cada giro que efectuamos sobre nuestro destino…Entonces, tristes y temblando hasta los huesos, estallamos en llantos que profundizan ese miedo y esa nada. Las ideas se mezclan, se confunden, y la oscuridad se acrecienta y se agudiza (quizás por un largo tiempo, quizás sintamos que sea para siempre).
Pero de repente, de esa misma nada y ese espeluznante vacío, emerge como un certero destello una luz directa a nuestro espíritu que lo ilumina todo súbitamente, una luz omnipotente que todo lo abarca y lo revive. Entonces el laberinto se vuelve claro camino, las decisiones meros juegos de inofensivos acertijos: sin malas consecuencias, ni terror, ni los huesos temblando, ni hondos llantos de temerosas angustias.
Anonadados ante el éxtasis, el miedo se transmuta en otra especie: en miedo a perder esa dicha. Pero este miedo no es angustia y el temblor no nos duele tanto. Temblamos de alegría, lloramos satisfechos embebidos en ella. Y es así que por mucho o por poco tiempo, deberíamos estar conformes: pues somos felices.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti.




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