sábado, 20 de junio de 2009

Volver a casa


Andrés estaba parado de espaldas al edificio del Ministerio luego de otra jornada de trabajo abrumadora y rutinaria, tanteando con la mano enguantada en el bolsillo derecho del saco, la llave del auto con su respectivo llavero- control remoto. Como no recordaba dónde había dejado el auto, extrajo ambos dispositivos del bolsillo y accionó el botón correspondiente. El chirriante alarido de la sirena delató la buscada ubicación.

Verónica y los chicos estarían ya en casa, pendientes del reloj como todos los días. Verónica en la cocina y los chicos jugando o mirando tele en su cuarto. Andrés llegaría a casa y charlaría con su mujer de las generalidades de otro día monótono y ritualista, tan ritualista como conversar en casa todos los días sobre lo mismo. Luego de comer ayudaría a sus hijos con la tarea escolar y después los llevaría a la cama, no sin antes jugar un poco con ellos. Mientras, Verónica lo esperaría en la cama leyendo alguna revista o libro triviales, tan típico de lectura ligera y nocturna. Tan lugar común todo.

Mientras tanto, el camino de regreso era también una plaga de lugares comunes, de lugares vistos todos y cada uno de los días (o al menos de lunes a viernes, lo mismo da). Lugares que desde el auto -esa cápsula aislante que separa al conductor del mundo porque está demasiado concentrado en mirar hacia adelante- son bultos que pasan fantasmagóricamente desapercibidos en las márgenes de un trayecto donde lo único que importa es llegar al final. Llegar al final porque en casa lo esperan Verónica y los chicos, y la vida y sus objetos pasan demasiado rápido cuando se va en auto y sólo se quiere llegar a casa.

Al fin frente a casa, Andrés se dirigió hacia la puerta mientras hacía girar las llaves sobre su dedo índice introducido en la argolla que agrupaba a las mismas, cuando Andresito y Agustina llegaron corriendo a recibirlo. Poco más tarde conversó con su mujer, cenó con su familia, ayudó a sus hijos con las tareas escolares, se lavó los dientes y se dirigió a su habitación donde lo esperaba Verónica leyendo una revista de frivolidades. Se metió en la cama junto a su esposa e instantes después ella apagó el velador de la mesita de luz. Conversaron y se abrazaron en la penumbra hasta quedarse dormidos. Estaban agotados. Todo se dio según lo imaginado, todo se dio igual que siempre.


Verónica ya preparó la comida y acaba de colgar el teléfono. Acomoda unas últimas cosas en su lugar, y con la colaboración de su madre, alista los solitarios cubiertos sobre la gran mesa de dimensiones familiares del comedor. Tal como Andrés lo conjetura desde la cápsula mientras viaja, todos se hallan pendientes del reloj. Pero los niños no juegan ni miran la tele hoy, ni tampoco Verónica está en la cocina: conversa con su madre en el living en medio de entrecortados sollozos.
Son las siete de la tarde y llaman a la puerta (es Andrés quien toca el timbre de su casa, porque alguien se dejó la llave puesta del otro lado). Adentro de la casa, Verónica contiene su llanto (no quiere que la vean así en ese estado) y su madre la ayuda a contenerse. Luchando contra la congoja, se dirige a atender al anónimo visitante. Al abrir la puerta, Andrés la mira absorto mientras repite su tic de hacer girar las llaves sobre su dedo índice. Pero Verónica no lo ve, cree que le debe haber parecido escuchar el timbre, o que quizás hayan sido niños jugando, y cierra la puerta. Se enjuaga la cara en el baño una vez más, deja a los chicos con la abuela y sale para el hospital a ver a su marido.

Al llegar al nosocomio, una enfermera en la mesa de entradas le comunica que Andrés ha fallecido. Alguien anotó en una planilla: hora del deceso, 18:45 hs.

La vida y sus objetos pasan demasiado rápido, cuando se va en auto y sólo se quiere llegar a casa. Tan lugar común todo…



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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jueves, 4 de junio de 2009

Ha de ser



Bañado en esta nada,
en esta ausencia,
empapado.
Húmedo hasta el alma
y tan ausente.
Ausente de presente
y de alma.

Embebido en esto
que ha de ser la nada,
en esto que no se qué es.
Embebido en esto,
impregnado.

De nadas y de cuerpos
inmersos
en ausencia.
Y no sé qué es,
o tal vez no sea nada.

Y mi cuerpo nada,
se sumerge,
se hunde en esto
dando gritos
de socorro,
ahogándose y nutriéndose
de este no ser,
se hunde y se suma
a la nada.

Finalmente se sume,
y ya no nada.
Nada menos nada:
más nada.
No me queda
más nada.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti






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jueves, 21 de mayo de 2009

La naturaleza jurídica del término “Naturaleza jurídica”


Introducción


El tema que nos convoca no es más ni menos que uno de lo más preocupantes y que viene aquejando desde los orígenes de nuestra materia a todos los profesionales e incluso legos y neófitos pertenecientes a la comunidad jurídica.


La piedra de toque y pilar en que se apoya todo precepto jurídico y normativo, es la difícil labor de encuadrar a los mismos bajo una conceptualización que justifique su existencia dentro del campo de la normatividad y aplicación teleológica del derecho, es decir, justificar el porqué y la razón última de su presencia en este campo, para así desentrañar las causales justificativas de su ser motivado y de su consecuente télesis.

Los doctrinarios se han pronunciado sistemáticamente sobre el tema, y el mismo ha sido infaltable objeto de numerosos estudios y de las más variopintas elucubraciones. Como corolario de este largo proceso evolutivo en la materia, no existen hoy dudas acerca de la denominación aplicable que engloba de manera genérica a todas estas antedichas cuestiones bajo la consabida nomenclatura, entre nosotros, de “Naturaleza jurídica”.


El precedentemente nombrado concepto ha logrado al día de hoy una indudable autonomía terminológica, a punto tal que ningún abogado ni profesionales afines, manifestarían la menor duda llegado el momento de tener que aplicarlo a los casos concretos que se les pudieran presentar.


Ahora bien, tan es así el hecho de su innegable actual autonomía que, como recurrente y común error, se utiliza a dicho concepto de manera indistinta y sin titubeo alguno, desligando al mismo de manera absoluta de su propia razón de ser y utilizándolo indiscriminadamente sin reparar en un análisis concreto de su certera aplicación.


De esta manera, el precepto que aquí nos atañe, ha llegado al punto de cobrar independencia, no ya meramente conceptual, sino que ya ha llegado al absurdo extremo de carecer de toda lógica y arraigo que lo vinculen racionalmente a las variadas circunstancias en que el mismo puede ser -y de hecho es- utilizado.


Es de este modo que se cae muy a menudo en un frecuente abuso, e incluso mal uso, del concitado término. Es por ello que creemos necesario esclarecer algunos puntos con miras a evitar futuras reiteraciones de este tipo de erróneas utilizaciones de que es víctima el analizado término, delimitando de una vez y para siempre los elementos jurídicos, metajurídicos y lexicales que componen al mismo, o dicho de otra manera: descifrar la naturaleza jurídica del término “Naturaleza jurídica”, con el fin de conceptualizar su significado y utilidad en el campo del Derecho y sus efluentes disciplinas.


Planteamiento de las principales cuestiones


I-

En primer lugar cabe preguntarnos: qué queremos decir al decir “Naturaleza jurídica” ¿Es que acaso “jurídico” es un término “natural”?


Al ser una expresión del lenguaje humano, y éste a su vez se constituye como un acto que reviste la misma naturaleza, podría ser ésta una aseveración correcta. Pero la lingüística nos enseña que existen al menos dos tipos de lenguas perfectamente diferenciables: la lengua natural y la lengua construida.


Respecto de la primera, dicha ciencia la define como al lenguaje hablado y/o escrito y/o signado por humanos para propósitos generales de comunicación. En cuanto a la segunda, nos dice que es un idioma que ha sido total o parcialmente construido, planeado o diseñado conscientemente por seres humanos. Indudablemente el lenguaje jurídico pertenece a esta segunda especie de lenguas, dada su eminente función práctica. Damos por desechada de esta manera la primera cuestión.

II-

Ahora bien, ¿Se puede hablar de una Naturaleza propiamente cualificada como “jurídica”?


Los autores y demás pensadores del espectro iusnaturalista compartirían ciegamente esta postura fundamentando a la misma en que en la Naturaleza, como obra Divina, existen leyes, y que las mismas, lejos de la voluntad del Hombre e incluso por sobre ella, son irrenunciables. Mas como el objeto del presente trabajo es hallar fundamentos objetivos de corte positivista, descartaremos, de momento, esta segunda cuestión.


III-


Las cosas (u objetos), ya sean materiales o incorpóreas, ¿pueden acaso tener una esencia constitutiva de tipo jurídico?

Ya desde antaño Kant nos iluminó sobre este tema que reviste un claro contenido filosófico, que al ser transpolado a nuestra materia adquiriría las características de una cuestión ius- filosófica. Aplicando las ideas que este excelso filósofo describió al explicar la dicotomía fenómeno- noúmeno dejaría a la cuestión que aquí nos concierne, planteada en los siguientes lineamientos: el Hombre como ser distinto y exterior a las cosas y por su eminente carácter de sujeto, sólo percibe de ellas su apreciación externa o manifestación exterior de las cosas - a la que Kant denomina bajo la expresión de fenómeno- y por ende a éste le es, a causa de esa irremediable separación en dos mundos ( el de las cosas, y el de las ideas que él mismo tiene en su carácter de sujeto), imposible conocer la esencia misma, el ser más profundo y razón de existir de las cosas. Dicho en otras palabras: “el Hombre cree que la cosa es lo que él mismo cree que ella es…”.


El término aquí bajo análisis, como “cosa” creada en el mundo de las ideas del propio sujeto que intenta ser objetivo en su descripción, se encontraría obstaculizado por la insondable barrera de una doble subjetividad: por un lado, como sujeto creador de la “cosa” que no tiene una existencia real, sino que es producto de sus ideas. Y por otro lado, como sujeto que, también desde el mundo de las ideas, intenta analizar “objetivamente” algo que per se no tiene una existencia concreta o material.


Evidentes dificultades acarrea el hecho de que la “cosa” sujeta aquí a consideración se trata de algo inmaterial e incorpóreo, característica insoslayable del término “Naturaleza jurídica” que aquí estudiamos. Descartamos, por consiguiente, esta tercera cuestión.


Corolario

Por lo antedicho, queda desechada la posibilidad de vincular forzosamente a los términos “naturaleza” y “jurídica”, partiendo del método de entender a dichos vocablos desde su significación propia, con lo que debemos adoptar al término en su conjunto, es decir, a los dos vocablos como concepto portador de un único significado.


Concluimos entonces en que la expresión sintagmática “Naturaleza jurídica”, no es otra cosa que una construcción intelectual más de las que se vale el Hombre en el uso del antedicho idioma que ha sido total o parcialmente construido por él.


El derecho, como pretensor de cientificidad, crea esta clase de expresiones con arreglo a sus propios fines que son, en el caso, los antes expuestos de obtener mediante una sistemática intelección el desciframiento de los caracteres constitutivos, esenciales, justificativos y teleológicos de los preceptos normativos y jurídicos.


La esencia de la expresión “Naturaleza jurídica” es la de tratarse de un sintagma (o conjunto de palabras)contenedor de dos vocablos perfectamente individualizables; su constitución viene dada por la conjunción de esos dos términos intelectual y lingüísticamente independientes, “naturaleza” y “jurídica”, que a los fines útiles de crear un nuevo concepto a partir de ellos, se hallan en relación de interdependencia en el término bajo estudio; su justificación y télesis vienen dadas por la utilización del término “Naturaleza jurídica” como herramienta de construcción racional en aplicación de los fines analíticos que toda ciencia centraliza como objetivo final de su búsqueda.


Queda así descripta la naturaleza jurídica del término “Naturaleza jurídica”.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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domingo, 10 de mayo de 2009

En la zona




Llega tu llanto
desde el profundo casi- sueño.
Desde esa zona gris,
en la que viven tantos
entre el sueño y la vigilia.
Llega tu infeliz
triste llanto
trayendo duros recuerdos
de desunida familia.

Llanto de dolor,
de extensos fracasos,
de intensos gritos
que suenan acaso
como inmensos ríos
de lágrimas,
como un nefasto
y doloroso rito,
para verterme de lástima.
De loco terror…

Llega tu llanto,
sacude mi sueño,
y acude a mi luego
el absurdo inexplicable
de saber que si duermo
dormiré sin tenerte.
Que ya nada es amable,
que sucumbe este fuego:
que no volveré a verte.



A mi madre….

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti



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martes, 5 de mayo de 2009

Aguas de regreso





Ahí donde el río llega a su fin,
en ese lugar tan común
de tantas poesías burdas.

Donde la vida se vuelve azul
en otra metáfora inútil y absurda
habitan mis miedos,
y todas las horas
que dejamos atrás se elevan en olas.

Y desde las aguas se agitan e imploran
el terror violentado y la angustia que ahogan,
mezclando el dolor y las palabras todas
en un remolino que arrastra a esta historia.

Resurgen del río, que aclara, memorias
que hieren.
Entonces las sumerjo en el pasado.

Retorna el río en pasión
como un torrente renovado,
que en las aguas del amor,
bautiza nuestra gloria.



 Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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Mutación







Larva: te soñé mariposa y resultaste polilla.
Te soñé tantas cosas, te adoré de rodillas.
Al inicio eras sueño y al final pesadilla.
Me arrastré prosternado por fatigadas millas,
al altar de tu cuerpo donde mi ser se humilla.

Fui primero erguido y acabé en cuclillas,
con la sangre hecha fuego y en los huesos astillas.
Crisálida, capullo, larva:
Te soñé (bella) mariposa y no (inmunda) polilla.



Ignacio Martín Pis Diez Pelitti













































































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Cayendo está


Se está cayendo a pedazos. Atájenla, apuntálenla. Sí, es mi esperanza, y está cayéndose a pedazos. ¿Pero por qué se cae? Porque está rota, porque hace tiempo está herida. Pero si cae, ¿no aplastará a tu corazón? Quizás… ¿Y entonces qué harás?, ¿qué camino te quedará? No lo sé, un corazón nuevo tal vez ¿Volver a empezar? No sería la primera vez…Dejen, ya no la apuntalen, no la atajen más. Pero, ¿por qué? Ya ha terminado de caer. Y se ha hecho trizas.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti





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Laberinto


Inconscientemente en la vida vamos tomando a menudo caminos que de repente son desolados y laberínticos senderos que no conducen a ningún lugar. Nos detenemos ante cada recodo de ese laberinto ante la estupefacción de la angustia, y sumergidos en el miedo, tomamos decisiones erradas que nos encierran aún más en él. Atemorizados, confundidos y desesperados, sólo vemos oscuridad después de cada determinación, de cada giro que efectuamos sobre nuestro destino…Entonces, tristes y temblando hasta los huesos, estallamos en llantos que profundizan ese miedo y esa nada. Las ideas se mezclan, se confunden, y la oscuridad se acrecienta y se agudiza (quizás por un largo tiempo, quizás sintamos que sea para siempre).
Pero de repente, de esa misma nada y ese espeluznante vacío, emerge como un certero destello una luz directa a nuestro espíritu que lo ilumina todo súbitamente, una luz omnipotente que todo lo abarca y lo revive. Entonces el laberinto se vuelve claro camino, las decisiones meros juegos de inofensivos acertijos: sin malas consecuencias, ni terror, ni los huesos temblando, ni hondos llantos de temerosas angustias.
Anonadados ante el éxtasis, el miedo se transmuta en otra especie: en miedo a perder esa dicha. Pero este miedo no es angustia y el temblor no nos duele tanto. Temblamos de alegría, lloramos satisfechos embebidos en ella. Y es así que por mucho o por poco tiempo, deberíamos estar conformes: pues somos felices.

Ignacio Martín Pis Diez Pelitti.




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lunes, 4 de mayo de 2009

Reflexiones pre- eleccionarias


Una vez más se acercan las elecciones –máximo exponente de un sistema democrático- y lo hacen, paradójicamente, de la mano de una aberrante manipulación del sistema institucional.
La Constitución Nacional, luego de yacer abatida y llorando en un rincón durante un siglo y medio, pidió turno en el psicólogo y le diagnosticaron síndrome de personalidades múltiples. Es que de tanto darla vuelta a favor o en contra de uno u otro argumento, de uno u otro sistema, la pobrecita ya no sabe ni quién es: ¿Mera declamación?, ¿ un papelucho insignificante?, ¿una herramienta para los deshonestos, los indecentes?, ¿una utopía? ¿O sólo una nefasta y extensa mentira?
Pero la esquizofrenia no se agota en ella, es un mal endémico, es un mal de todos y cada uno de los argentinos. Si no sabemos quiénes somos, o mejor dicho, aun sabiendo quiénes somos no demostramos la menor intención de mejorar, ¿qué le podemos reclamar a las instituciones o a la Constitución madre procreadora de todas ellas? Veamos:
SOMOS los chicos pidiendo en la calle, los jubilados cobrando miserias, los pobres sucumbiendo enfermos uno por uno. SOMOS la gente que mira a otro lado. SOMOS los corruptos, los ñoquis, los inoperantes. SOMOS todos los etcéteras posibles. No somos otra cosa, ni mucho menos espectadores describiendo una realidad que nos es ajena. Somos todos ellos, observadores y observados. SOMOS argentinos.
Asumiendo esto, claro está que no es para nada esperanzador el hecho de que haya elecciones y entonces ellas pasan a ser otra mentira. Porque si somos lo que somos, ¿cómo esperar que los políticos sean otra cosa?, ¿o acaso ellos no son también argentinos?, muy a pesar nuestro, también lo son. Surgen del seno de nosotros mismos, son hijos y padres del mismo pueblo del que lo somos nosotros.
Es entonces cuando otra verdad sale a la luz: el problema no son “ellos” (los gobernantes, los políticos), el problema somos todos. Desde ya que en ellos cae el peso de cambiar las cosas, de guiarnos, educarnos y embebernos en una mejor forma de vida democrática y republicana. Pero pecan de ignorancia porque ni siquiera ellos saben lo que eso significa, no lo vivieron ni lo sienten así, y no es ilógico entonces que sólo piensen en su bienestar económico, prestigio, confort y demás ornamentaciones de la vida consumista- capitalista. Surge entonces otra pregunta: con un pueblo ignorante, pobre e inculto, ¿consumismo de qué?, ¿de miserias disfrazadas de aparatos tecnológicos?, mejor sería que la gente coma. ¿Capitalismo de dónde?, si no hay capital, si el que existe está en pocas manos. Por favor…sincerémonos.
Reflexionemos todo esto antes de ir a las urnas a votar. Reconozcamos que nada puede cambiar si después del acto electoral no reclamamos que el pacto social se cumpla, que no muera todo en la mentira. Está claro de que a pesar de que somos los chicos pidiendo en la calle, los jubilados cobrando miserias, los pobres sucumbiendo enfermos uno por uno, la gente que mira a otro lado, los corruptos, los ñoquis, los inoperantes y todos los etcéteras posibles, en esencia, muy dentro nuestro, no queremos ser todo esto. Porque al fin de cuentas somos uno solo: EL PUEBLO ARGENTINO. Y esto no nos coloca en la naturaleza de un ente. No. Un pueblo nace, vive, come y crece como un ser vivo gigante. Eso sí: trabajemos por que no muera.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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Malvinas: nuestras.





Las Malvinas son argentinas -como yo también lo soy-. No sólo por su ubicación geográfica y su unidad geológica con el territorio argentino, sino también porque los habitantes originarios fueron despojados de sus tierras a la par que las Malvinas eran usurpadas por ciudadanos Ingleses desterrados de su país por ser "inútiles" para una sociedad demasiado fascista. Argentina no dejó JAMÁS de reclamar su soberanía sobre las islas. No hubo UN SÓLO organismo internacional que se la negara. Jurídica, política, histórica y geográficamente pertenecen al territorio de la Nación Argentina. Que sirvan para algo o no sirvan para nada, (que no es así, ya que hay petróleo y otros tantos recursos naturales explotables, y aunque no los hubiera no vendría al caso) o que haya asuntos más importantes para tratar en nuestro país, nada tiene que ver con el hecho (y el derecho) innegable de que sean nuestras. El acto atroz cometido por los ingleses no es más que una mera usurpación. Baste este ejemplo: si me voy de vacaciones a Mar del Plata, mi casa de La Plata no pasa a ser de mi vecino, ni mucho menos de un extranjero por el hecho de ausentarme, me basta el título de propiedad que dice que esa casa es mía, además de que cumplo los deberes que tengo por ser dueño de ella...Con las islas pasa lo mismo: no hace falta una activa ocupación de las mismas, si no que basta con que yo tenga el título necesario ( unidad territorial y declarada soberanía, para este caso)y la efectiva voluntad de declararlas como mías ( nuestras), como efectivamente lo han hecho los sucesivos gobiernos desde su ocupación en 1833 hasta la actualidad. Claro, los británicos han hecho oídos sordos a los organismos internacionales y le han dado la espalda a la realidad porque les es adversa ( como siempre lo hacen ellos, y los norteamericanos también). ¿Hablan de la autodeterminación de los pueblos? Perfecto: para que haya un pueblo que se autodetermine hace falta un territorio en el cual se asiente esa población, mirá vos...ese territorio es nuestro, lo descubrió un español, lo hizo territorio del Virreinato del Río de La Plata, luego de la declaración de la independencia el virreinato se divide, las islas pasan a ser argentinas y punto final. No se hable más. Los gobiernos ingleses no tienen vergüenza. Ellos SABEN que sus argumentos no resisten la menor crítica. El gobierno chileno de aquél entonces también lo sabía, pero "billetera mata galán" o "billetera mata al país hermano", da igual (les dio igual a ellos, al menos). Lo sucedido en 1982 es una muestra más de que en Argentina a veces es muy fácil ser presidente, sobre todo de facto..."El alcohol al volante mata", en una presidencia desencadena en genocidio... Diecisiete, dieciocho, veinte años tal vez tenían los pibes asesinados. Cero preparación y un millón de temores. Lamentable. Galtieri: das asco. Tatcher: ¡por favor! Devuélvannos lo que es nuestro, y nosotros les daremos lo suyo: la oportunidad de retractarse, de pagar la debida indemnización que Argentina se merece y, si les hacen falta, algunos consejos para construir viviendas sociales en Inglaterra para meter a los pobres Kellpers que, después de todo, no tienen la culpa de nada. Malvinas, nuestras, como la memoria de los chicos muertos en combate, como el honor de ser argentinos a pesar de todo. Muchas gracias.


Ignacio Martín Pis Diez Pelitti




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